miércoles, 28 de junio de 2017

La mala educación

Mientras el virus Petya recorría el mundo con parada especial el Ucrania, en Madrid se celebraba la enésima conmemoración de la Transición.

Supongo que se trata de parte de la campaña para recordar a los nacionalistas catalanes los límites de sus andanzas, pero la verdad es que aburre tanta conmemoración y tanto discurso hueco al que luego los "comentaristas" tratan de sacar significados y mensajes.

Si yo no recuerdo mal la Transición fue un periodo bastante confuso en el que unos querían la "ruptura", otros la "continuidad" y otros no sabían no contestaban (estos eran con  mucho los más numerosos).

El caso es que tuvo como mejor resultado el que una serie de políticos de una y otra parte se pusieron de acuerdo, con el "animo" de algunas embajadas y el pastoreo de determinados "intereses", para dejar atrás ciento ochenta años de enfrentamientos civiles (los que nos separaban en aquellos momentos de la batalla de Trafalgar) para alcanzar un acuerdo en torno a la cuestión más dramática de nuestra Historia: la asunción de un programa de modernidad para todos.

Esto a cualquiera que se le diga hoy día le parecerá surrealista pero la verdad es que en España nunca nos habíamos puesto de acuerdo sobre estas cuestiones desde la famosa batalla.

Las consecuencias: cuatro guerras civiles y matanzas a porrillo.

Ahora con esa miopía tan característica, solo vemos la última de esas guerras civiles pero fueron cuatro y siempre por lo mismo. Una parte del país quería avanzar y la otra quedarse quieta o retroceder.

¿Los campos de batalla?, la educación, la reforma agraria, la industrialización, la autonomía territorial, la libertad de prensa o de culto, el voto y en suma la libertad.

Sobre esas cuestiones se gastaron inmensas cantidades de energías que mejor hubiesen estado empleadas por ejemplo en estudiar como mejorar la vida de los ciudadanos de este país, pero no con grandes pronunciamientos sino con medidas sencillitas como construir carreteras, escuelas, mercados y otras menudencias.

Pero esa serie de guerras civiles han creado un callo en muchas mentes y nunca parece que podemos librarnos de ellas.

Así hoy viendo a los payasos podemitas con sus atuendos impostados de obreros de mentirijillas negando al Rey de España el aplauso cortés, que a nada más se les invitaba, y sabiendo que tantos miles de ciudadanos les apoyan, he sentido la pena de reconocer que seguimos en el bucle melancólico de las dos Españas y que nunca vamos a salir.

Nuestra clase política y nuestros ciudadanos no quieren saber nada del virus Petya ni de los numerosos inventos que cada día cambian nuestra perspectiva del mundo y sus circunstancias.

Vivimos completamente de espaldas a la realidad mirando tercamente el pasado como si de las fosas comunes fuesen a salir las respuestas a los interrogantes del hoy o del mañana.

Cuando nuestra marina ilustrada se fue a pique frente a Tarifa con ella se fueron las ilusiones de los españoles honrados que simplemente quería vivir mejor y el paz.

Por alguna razón diabólica desde entonces llegan a la clase política personajes de tan baja ralea como Iglesias y compañía empeñados en que nos vayamos también a pique todos nosotros.

Ni siquiera se molestan en aparentar otras intenciones que no sean las de destruir y convertirnos en un zoológico sangriento.

Todo lo que nos hemos gastado en colegios y universidades en estos últimos cuarenta años y lo que ya se había gastado antes no ha servido siquiera para que aquellos que tienen el mandato de representarnos a todos entiendan que tienen una obligación con el decoro y los buenos modales.

La mala educación es su mensaje y lo anuncian alto y claro.

No les falta más que el bocata de chorizo envuelto en papel de periódico lleno de grasa.

No es que yo diga que los demás son mucho mejores, pero lo que es terrible es que entre podemitas y nacionalistas estemos todo el rato discutiendo de todo el rico panorama de entresijos y excrecencias del país.

Yo pondría un cartel delante del Congreso como el de los refugiados en Correos que dijese: ¡Desafíos industriales y científicos. Tecnología. Cambio climático!

Y en minúsculas: daros una ducha y despejaros que tenéis mucho trabajo por hacer.  

        

lunes, 26 de junio de 2017

El Orgullo

Después de unos días de andanzas por el mundo islámico-soviético de la República de Uzbekistan, vuelvo a Madrid donde me encuentro en plena celebración del Orgullo (gay).

La verdad es que no son los gays los únicos en celebrar su "orgullo".

Todos los años el día 1 de Mayo se celebra el día del orgullo sindical, y cuando ganan algún campeonato, madridistas, cochoneros o barcelonistas celebran sus respectivos orgullos.

La semana santa es motivo de una gran demostración de orgullo católico, y los moteros se reivindican en "quedadas" multitudinarias en diferentes lugares.

La apertura de las rebajas da cada año lugar a demostraciones de orgullo consumidor y los puentes y operaciones salidas a efervescencias de orgullo vacacional.

Hay también orgullo friqui, orgullo feminista y orgullo cervecero.

Los sanfermines son ocasión de mostrar orgullo pamplonica, y las fallas de orgullo valenciano.

Ahora los catalanes partidarios de la independencia celebran cada dos por tras días del orgullo catalán.

Y no hay pueblo de España que no celebre durante unos días sus particulares ritos de orgullo cazurro.

Así que, ¿por qué no los gays?

Y ya puestos yo propondría festejos semejante para todos los gustos. He aquí algunos ejemplos:

El día del orgullo vegetariano.

El día del orgullo calvorota.

El día del orgullo obeso.

El día del orgullo fumador.

El día del orgullo alcohólico.

El día del orgullo hipocondriaco.

El día del orgullo analfabeto.

Y así un montón de tal forma que la señora alcaldesa de Madrid no de a basto para poner y quitar banderas de la fachada del Ayuntamiento y se pase la vida explicando lo maravilloso que es vivir en una ciudad tan amigable con vegetarianos, calvos, obesos, fumadores, alcohólicos, hipocondracos, analfabetos y demás.

Y a ver si de paso se acuerda de los ciudadanos normales que no quieren identificarse con colectivo alguno y solo aspiran a una ciudad limpia y vivible.

Resulta cada vez más difícil ser simplemente un ciudadano sin etiquetas ni banderas y parece como si todos tuviésemos que salir de algún armario para proclamar nuestros gustos ante un público al que francamente tales gustos no tienen porqué importarles un pimiento.

Hay una auténtica afición a contarnos los unos a los otros las aficiones y gustos respectivos.

Si seguimos por ese camino tendremos que salir a la calle llenos de pegatinas que anuncien que somos del Madrid, que nos gusta la paella y que leemos novelas de ciencia ficción.

La transparencia será muy buena para algunas cosas pero no creo que deba aplicarse a cada aspecto de la conducta humana.

Yo preferiría que se me juzgase por mis obras y por mis capacidades antes de por mis gustos y aficiones.

El hecho de que en nuestra sociedad cada vez más cuenten esas aficiones y no las obras me parece muy preocupante.

Supongo yo que en el colectivo gay, como en el colectivo sindicalista, madridista, hipocondriaco, etc., habrá gente notable y gente detestable.

Cada vez me gustan menos los colectivos y más las personas individuales.

Propongo que se celebre el Día el Orgullo individual.

 

jueves, 8 de junio de 2017

La cantada del Popular

Una vez más, las instituciones que regulan y vigilan -es un decir-, el negocio bancario en España se han vuelto a cubrir de gloria.

Y que decir de las auditoras.

Y que decir de los medios de comunicación....

Ayer por la mañana, mientras esperaba para grabar un programa de radio sobre el aniversario del Sgt. Pepper´s, abrí las páginas del diario económico Expansión, el de más prestigio en nuestro país, y en el editorial leí que "la OPA del Santander era una estupenda noticia para todos los implicados, incluidos los empleados y los accionistas". En páginas sucesivas encontré la información de Bolsa, en la que a las acciones del Popular se las marcaba como "conservar".

Teniendo en cuenta que en ese momento los accionistas del Popular sabían que habían perdido el 100% de su inversión, y que los empleados del banco siniestrado estarían con la angustia de saber que van a ser diezmados sin compasión, la información de Expansión solo podía calificarse de broma de mal gusto.

En la tele pude ver una entrevista con un inversor institucional del Popular que desde Marbella nos contaba que acababa de perder 47 millones de euros.

El hombre no parecía muy afectado y decía que en la bolsa unas veces se pierde y otras se gana, pero que lo que le fastidiaba es que nunca pasara nada ni nadie asumiera responsabilidades.

Seguro que para la mayoría de los trescientos mil accionistas del Popular la cosa ha sido mucho menos "filosófica" que para este prócer estóico, y a estas horas estarán muchos con un auténtico soponcio, incluidos los que entraron a última hora desde posiciones bajistas.

Ya que como cualquiera puede comprender una cosa es estar bajo, y otra es desaparecer, y el último día del Popular todavía se contrataron varios cientos de millones en acciones del Banco.

Igualmente, en los últimos años se llevaron a cabo ampliaciones de capital, la última en 2016, en las que los que acudieron lo hicieron teniendo en sus oídos las declaraciones del Ministro de Economía en el sentido de que el Popular era un "banco perfectamente solvente".

La cuestión es la de siempre: en España los accionistas valen menos que la mierda.

El Estado les engaña impunemente en nombre de la estabilidad de la economía.

Los directivos de las empresas en Bolsa les engañan con resultados falsos.

Las auditoras les engañan obviando cualquier fallo descubierto y cubriendo las falsedades de los directivos.

Los medios de comunicación les engañan contando las historias que les cuentan los directivos, los empleados públicos y los auditores.

Nadie es capaz de descubrir las falsedades hasta que es demasiado tarde: en este caso Santander y BBVA habían hecho hace solo seis meses una oferta de 4000 millones por el banco, oferta que fue rechazada por los directivos sin consulta a los accionistas.

De todo esto se deduce que invertir en España es como jugar a la ruleta rusa, solo que si eres un pequeño accionista en el tambor hay cinco balas y no solo una.

No voy a insistir en el hecho de que los directivos de Banca fracasados y perpetradores de estas barbaridades salgan de las instituciones con planes e pensiones millonarios, ni tampoco en el hecho de que los del Banco de España se vayan de rositas, o los de la CNMV igual. Todo esto ya se ha dicho mil veces sin que pase absolutamente nada.

Lo que digo e insisto es en avisar a todo el que piense en invertir en España, que o tiene información privilegiada o mejor se abstenga.

Todo el tinglado es una pura apariencia de seriedad.

Pero es completamente falso.

Nadie defiende al pequeño accionista. Al contrario, se le engaña incluso desde los poderes que están ahí para protegerle.

Cuando se habla de cosas que tienen que cambiar en nuestro país, ahí tenéis una muy importante.
    

  

jueves, 1 de junio de 2017

Sgt. Pepper´s 50 años después

Era el año 1967 y yo tenía quince años. Vivía en un país que llevaba unos diez años saliendo de un pozo muy oscuro en el que había desembocado una guerra civil brutal y una posguerra casi tan brutal.

Tras el Plan de Estabilización de 1957 y los pactos con Estados Unidos la economía se había comenzado a recuperar, se habían creado numerosas industrias, los sueldos habían comenzado a subir y la gente podía volver a comer mas o menos como antes de la guerra. Esto último no es una metáfora. El consumo de carne por habitante de 1935 no se recuperó hasta 1965.

La gente podía además comprarse pisos, pequeños y básicos pero decentes, coches "utilitarios", ropa que no fuese horrible, tomarse unas primeras vacaciones y respirar.

Seguía habiendo un temor real y concreto hacia la autoridad personificada en los diferentes uniformes, desde los militares a los serenos y guardas de parques y jardines.

Los curas mandaban mucho e imponían su criterio sobre la moral pública tanto en lo que se refería a espectáculos como a la vestimenta. En las fiestas religiosas el país entero tenía que seguir la liturgia.

Pero se había abierto una grieta en el aislamiento de la sociedad española.

Los medios de comunicación aún intervenidos como estaban no podían ignorar las cosas que estaban pasando fuera.

Los turistas traían nuevas costumbres, el Concilio Vaticano había abierto una puerta a nuevas costumbres en la Iglesia, y sobre todo la gente tenía necesidad de vivir.

Y luego estaba la nueva música.

Aunque la televisión la ignorase y las radios apenas la programasen, los discos llegaban y se escuchaban y el mensaje pasaba de unos a otros.

Los Beatles se convirtieron en un fenómeno mundial de tal categoría que no pudieron ser ignorados.

Se estrenaron sus películas, sus discos se distribuyeron y detrás llegaron los demás.

Además, unas nuevas frecuencias (la llamada FM) permitió  la creación de emisoras dedicadas a emitir música 24 horas al día y como no había suficiente "música nacional" se permitió la emisión de la nueva música en sesión continua. La censura intentó impedirlo exigiendo que se programase música nacional durante un determinado número de horas al día, pero la SER y otras cadenas le buscaron las vueltas al decreto para seguir con aquellos programas.

Y aquella música fue como la lluvia en el desierto.

Ya no hubo marcha atrás.

Las ganas de vivir y de superar los traumas del pasado eran demasiado fuertes.

Había pasado lo mismo en todas partes. No era solo una cuestión relacionada con nuestra situación.

En Reino Unido, en Francia, en Suecia y en Estados Unidos los años cincuenta habían sido grises y autoritarios. El que tenga ganas que vea la película francesa "Los cuatrocientos golpes" o la sueca "Verano con Mónica" y que recuerden que en Francia gobernaba el general De Gaulle y en Estados Unidos el general Eisenhower.

Las mismas ganas de cortar todo aquel rollo autoritario las había en Londres como en Madrid. Solo que allí pudieron hacerlo del todo y nosotros tuvimos que conformarnos con una versión edulcorada.

Antes del Sgt. Peppers la música pop era solo divertida. Después ya fue otra cosa.

Aquello era como un manifiesto para una nueva forma de vida anti-autoritaria, libre y alegre.

El aldabonazo sonó en todo el mundo.

El año siguiente sería el año de las revoluciones.

Aunque parezca una exageración, la verdad es que el mundo cambió con el Sgt. Peper´s.

Hoy, en este mundo dominado por las finanzas y las economías de la globalización, parece mentira pero así fue.