Era el año 1967 y yo tenía quince años. Vivía en un país que llevaba unos diez años saliendo de un pozo muy oscuro en el que había desembocado una guerra civil brutal y una posguerra casi tan brutal.
Tras el Plan de Estabilización de 1957 y los pactos con Estados Unidos la economía se había comenzado a recuperar, se habían creado numerosas industrias, los sueldos habían comenzado a subir y la gente podía volver a comer mas o menos como antes de la guerra. Esto último no es una metáfora. El consumo de carne por habitante de 1935 no se recuperó hasta 1965.
La gente podía además comprarse pisos, pequeños y básicos pero decentes, coches "utilitarios", ropa que no fuese horrible, tomarse unas primeras vacaciones y respirar.
Seguía habiendo un temor real y concreto hacia la autoridad personificada en los diferentes uniformes, desde los militares a los serenos y guardas de parques y jardines.
Los curas mandaban mucho e imponían su criterio sobre la moral pública tanto en lo que se refería a espectáculos como a la vestimenta. En las fiestas religiosas el país entero tenía que seguir la liturgia.
Pero se había abierto una grieta en el aislamiento de la sociedad española.
Los medios de comunicación aún intervenidos como estaban no podían ignorar las cosas que estaban pasando fuera.
Los turistas traían nuevas costumbres, el Concilio Vaticano había abierto una puerta a nuevas costumbres en la Iglesia, y sobre todo la gente tenía necesidad de vivir.
Y luego estaba la nueva música.
Aunque la televisión la ignorase y las radios apenas la programasen, los discos llegaban y se escuchaban y el mensaje pasaba de unos a otros.
Los Beatles se convirtieron en un fenómeno mundial de tal categoría que no pudieron ser ignorados.
Se estrenaron sus películas, sus discos se distribuyeron y detrás llegaron los demás.
Además, unas nuevas frecuencias (la llamada FM) permitió la creación de emisoras dedicadas a emitir música 24 horas al día y como no había suficiente "música nacional" se permitió la emisión de la nueva música en sesión continua. La censura intentó impedirlo exigiendo que se programase música nacional durante un determinado número de horas al día, pero la SER y otras cadenas le buscaron las vueltas al decreto para seguir con aquellos programas.
Y aquella música fue como la lluvia en el desierto.
Ya no hubo marcha atrás.
Las ganas de vivir y de superar los traumas del pasado eran demasiado fuertes.
Había pasado lo mismo en todas partes. No era solo una cuestión relacionada con nuestra situación.
En Reino Unido, en Francia, en Suecia y en Estados Unidos los años cincuenta habían sido grises y autoritarios. El que tenga ganas que vea la película francesa "Los cuatrocientos golpes" o la sueca "Verano con Mónica" y que recuerden que en Francia gobernaba el general De Gaulle y en Estados Unidos el general Eisenhower.
Las mismas ganas de cortar todo aquel rollo autoritario las había en Londres como en Madrid. Solo que allí pudieron hacerlo del todo y nosotros tuvimos que conformarnos con una versión edulcorada.
Antes del Sgt. Peppers la música pop era solo divertida. Después ya fue otra cosa.
Aquello era como un manifiesto para una nueva forma de vida anti-autoritaria, libre y alegre.
El aldabonazo sonó en todo el mundo.
El año siguiente sería el año de las revoluciones.
Aunque parezca una exageración, la verdad es que el mundo cambió con el Sgt. Peper´s.
Hoy, en este mundo dominado por las finanzas y las economías de la globalización, parece mentira pero así fue.
jueves, 1 de junio de 2017
Sgt. Pepper´s 50 años después
Publicado por Antonio Cordón a las 11:51
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