miércoles, 17 de mayo de 2017

La Nación

En el triste debate de los candidatos a Secretario General del PSOE, se coló un elemento interesante.

Patxi López le preguntó a Sánchez si sabía lo que era "nación", a lo que el inefable Sánchez contestó que es un sentimiento que tienen los vascos y los catalanes.

Al parecer para Sánchez los españoles no tenemos ese sentimiento.

Al margen de la pobreza intelectual de este muchacho, que se manifiesta una y otra vez cuando intenta razonar los guiones que otros mas listos que él le escriben, la cosa tiene su miga ya que el término nación tiene unos orígenes complicados que merece la pena explorar.

Lo primero que hay que saber es que el término nación que ya existiría de antes recibió su sentido actual durante el periodo histórico que conocemos como "Romanticismo".

Hasta ese momento la unidad política por excelencia era el reino, principado, ducado o lo que tocase en cada sitio. También el imperio.

Es decir se trataba de territorios regidos y poseídos por personas, familias, dinastías, que ostentaban ese poder en función de derechos históricos o en función de la toma del poder por la fuerza, la elección entre pares, o alguna revuelta.

Esos gobernantes ejercían ese poder de forma absoluta en la mayoría de los casos, o con ayuda de algún consejo. Excepto en Inglaterra donde una revolución había creado un parlamento de gente influyente. También en España había habido Cortes, representaciones de burgos y ciudades, etc.

Pero en general había un gobierno, un gobernante, y los demás eran súbditos cuyos derechos en el caso de tenerlos eran mínimos.

Pero con la Ilustración se comenzó a poner en cuestión esos derechos históricos o divinos que otorgaban el poder absoluto a determinadas personas y con la revolución americana y la francesa apareció un nuevo concepto: el ciudadano y sus derechos.

Como Rousseau lo explicó en sus obras había un contrato social entre gobernantes y gobernados basado en el cumplimiento de determinadas condiciones y si estas no se cumplían el contrato no tenía validez y el poder perdía su legitimidad.

Hasta aquí nada de particular porque los antiguos reinos se transformaban en repúblicas y eso no afectaba a las fronteras o a los contornos sociales del país en cuestión.

Además los reinos absolutos se podían convertir en reinos constitucionales tal y como pretendió la Constitución española de Cádiz y ya las personas se convertían en ciudadanos también.

Pero con el romanticismo rampante aparecieron los sentimientos.

Hay que decir que lágrimas aparte, la cuestión nacional apareció en el mapa como consecuencia de la situación política concreta de Alemania, Italia, Polonia, Grecia y otros territorios con pasado histórico independiente y actualidad sometida a poderes imperiales.

Y aquí es donde todo se complica.

Los alemanes que estaban felizmente divididos en numerosos principados, reinos, ducados etc., se vieron impelidos por las ideas románticas y en respuesta a las agresiones francesas-napoleónicas a buscar la "Gran Alemania".

Y encontraron un valedor, el reino de Prusia, y un pensador, Herder, que puso la narrativa del asunto.

¿Y que dijo Herder?

Pues en un resumen ejecutivo radical, Herder dijo que donde había un idioma propio había una NACIÓN.

Eso también convenía a italianos, polacos, griegos, búlgaros, serbios, y un largo étc. así que se consolidó la idea de que todo colectivo con una cultura diferente y un idioma propio era una nación y toda nación tenía derecho a ser un país independiente.

Así que lo que había empezado siendo una cuestión de pasar de un estado de súbditos a uno de ciudadanos, es decir una cuestión de política y de derechos, pasó a ser una cuestión de sentimientos, banderas, lágrimas y todo eso.

La constitución española o la francesa hablan de nación como reunión de ciudadanos, pero la realidad revolucionaria del XIX, habla de nación como escisión de un territorio de otro para dotar a unos ciudadanos de un marco político diferente del original, marco en el que puedan desarrollarse plenamente como miembros de una comunidad cultural diferente.

Esos son los dos polos de la cuestión: un estado de ciudadanos que se define por los derechos y deberes comunes, o un estado de ciudadanos que se define por su pertenencia a una cultura determinada.

Por eso cuando hablan los políticos de este tema es imposible ponerlos de acuerdo: es que hablan de dos cosas distintas.

Yo me mojo y afirmo la superioridad moral de la primera acepción y además animo a recordar los estragos que ha causado la segunda.

La primera es hija de la Ilustración. La inteligencia y la templanza.

La segunda del Romanticismo. Los sentimientos y el exceso.

¿Será capaz Sánchez de entenderlo?    



        

No hay comentarios: