miércoles, 30 de agosto de 2017

Ecos del verano de 2017. El independentismo declarativo

Gracias al caso Juana Rivas y a las andanzas criminales del imán de Ripoll, los ciudadanos de este país hemos podido escapar, a veces, del estruendo declarativo de los independentistas catalanes, que llevan una temporada completamente desenfrenados y cada vez más histriónicos.

De todas maneras, no ha habido día sin declaración, amenaza, desprecio o insulto.

Si querían que los aborreciésemos, su estrategia ha sido persistente, insistente y exitosa.

Como el día de la manifestación post-atentado alcanzaron cimas difíciles de igualar en sus insultos a las instituciones españolas, les ha sido complicado recuperar el climax dramático y ahora han sacado a colación el ejército catalán, a lo que seguirá seguramente la guerra santa para recuperar los paisos catalans del yugo español.

En el asunto de insultar, se han distinguido especialmente los representantes de la CUP, que cada día se inventan una nueva campaña. La última la de acusar a España de las guerras saudíes por venderles armas, y acusar al Rey de ser el vendedor mayor de esas armas a sus "amigos" los árabes.

Es adorable que la CUP piense que España es uno de los grandes productores de armas del mundo, o que nuestra influencia geo-política alcance los cuarteles generales saudíes. Pero el furor anti-capitalista de estos gañanes les lleva a utilizar cualquier excusa para manifestar sus odios.

Resulta curioso que en materia de España no solo odien a nuestros plutócratas sino a los españoles en general, tal vez porque confunden nacionalismo y socialismo, algo que ya le sucedió a Adolfo Hitler.

Pero no son solo los mata-curas catalanes los que llevan la antorcha de las declaraciones. No.

El president de la generalitat, señor Puigdemont, no pierde ocasión de soltar lindezas por su boquita, seguido de enardecidos consellers de su gobierno, que le hacen los coros encantados.

Y mientras, los queridos medios de comunicación están esperando cada día la ración de insultos y desprecios, dispuestos a hacérnosla llegar, no sea que nos perdamos algún escupitajo.

Que sería de las audiencias televisivas o radiofónicas, los periódicos ya no los lee casi nadie, si no pudiesen ofrecernos cada día esa ración de odio a la que ya nos estamos acostumbrando como los drogadictos a la heroína.

¿De que hablarían los contertulios?

En todo este follón declarativo, el contrapunto lo pone el gobierno de la Nación (española), que ha decidido como buenos liberales, laisser faire, laisser passer, o sea no hacer nada.

Sus declaraciones son como si estuviesen en latín de misa antigua: nadie las entiende pero suenan solemnes.

Y así mientras los unos hablan como raperos enfurecidos, los otros hablan como un coro benedictino.

Los unos dicen mecagoentuputamadre, y los otros responden dominusvobiscum.

Menos mal que nos acercamos al desenlace de esta película.

No se si nuestro aguante daría para mucho más.

Es como si fuésemos por la temporada nonagésimo cuarta de Juego de Tronos.

Por favor, ¡que lleguen los caminantes blancos de una puta vez!

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