jueves, 7 de diciembre de 2017

Jerusalén: ¿paz por territorios?

Uno de los encantamientos más funestos para la Humanidad es el que producen los mapas.

No hay nacionalismo que no gire en torno a un trozo de papel que abarca los territorios que se desean como lugar sagrado de la raza, cultura o tribu de turno, y no hay dictador o aprendiz de tirano que no dedique las horas muertas a los ensueños de espacios vitales, tierras de promisión o territorios irredentos arrebatados por los crueles enemigos en pasadas guerras.

Trazar lineas en los mapas es un placer infinito y a ello se han dedicado los caudillos y los diplomáticos de los imperios desde tiempo inmemorial.

A la gente que vive dentro de esos ensueños de papel que les den por saco. A nadie les importan un pito. Cuando la realidad no cuadra con el ensueño se asesina en masa, se producen "limpiezas étnicas", se acosa, se persigue y se expulsa hasta que la realidad cuadre o más o menos cuadre.

Y estos ensueños han sido particularmente desastrosos en Oriente Medio.

Sobre ese desdichado territorio, que un día fuese cuna de nuestra civilización, la occidental, porque en Oriente hubo otras cunas en el valle del Indo y en los grandes ríos de China, se han dibujado innumerables lineas y se han coloreado los trozos resultantes de tantos colores que ya hemos perdido la cuenta.

Allí, en aquellos territorios machacados por el Sol, coexisten fronteras reales con fronteras imaginarias. Fronteras oficiales con fronteras utópicas o, palabra maldita, históricas.

La frontera del antiguo reino de Israel, comparte territorio con la frontera de la Unma, con la del califato, con la del Imperio Otomano, y con las fronteras oficiales creadas en un despacho por diplomáticos franceses e ingleses en plena Gran Guerra.

Aquello es un berenjenal de imposible solución desde los mapas y desde los despachos de los políticos.

Y si estos políticos, como es el caso actual del Presidente de los Estados Unidos Donald Trump, carecen de sentido de la reflexión y pretenden arreglar los problemas a martillazos, entonces lo único que se consigue es agravar los mismos problemas que se pensaba arreglar.

Pero eso no quiere decir que otras políticas bienintencionadas de otros presidentes norteamericanos hayan solucionado algo o que pudiesen arreglar nada.

No puede haber una solución aceptable para todos porque los mapas de las diferentes partes se superponen sobre los mismos territorios, y Jerusalén es el colmo de la superposición.

Una ciudad que es a la vez capital eterna del reino de Israel, cuna irreductible de las religiones cristianas y santa capital del Islam no tiene solución posible.

Pretender que los israelíes vayan a renunciar a su capital "eterna" o que los árabes vayan a dejar sus mezquitas a los demás es tarea inútil.

El lema "paz por territorios" es ilusorio. Aquí en España con los catalanes nazionalistas o en Judea y Samaria con los palestinos y los colonos judios.

El ensueño de los mapas es demasiado fuerte.

La única forma de salir de ese círculo vicioso es olvidarse del tema y dejar que las personas dirijan sus energías a cuestiones positivas.

¿Es eso posible?

Si que lo es.

¿Cuantos cristianos se sienten agraviados por la situación de Constantinopla, que fue mil años capital del Imperio Romano?

¿Cuantos cristianos se rasgan las vestiduras por ver como la Iglesia de Santa Sofia, la más grande de la cristiandad, sea ahora un museo-mezquita?

Y sobre todo, ¿cuantos cristianos pondrían su vida o su seguridad en juego por recuperar la vieja ciudad del Bósforo?

Muy pocos y los que pueden pensar así son carne de psiquiátrico.

El problema es la situación de los pueblos árabes y su sentido de tener el orgullo pisoteado por los occidentales.

Y en esto si que se podría trabajar.

Hay una parte del trabajo que tienen que hacer ellos mismos porque la modernización del pensamiento musulmán solo les compete a ellos, y ójala que puedan hacerlo, pero hay otra parte que si se podría comenzar a abordar.

Mientras haya millones de jóvenes en aquellos países cuya esperanza de tener una vida satisfactoria pase por recurrir a la religión y a sus promesas de paraísos post-mortem, no hay solución posible.

Cuando los jóvenes musulmanes puedan aspirar a un buen empleo según sus capacidades y no según su pertenencia a una familia pudiente, entonces los agravios por cuestiones de mapas serán mucho menos lesivos para su orgullo.

Cuando los jóvenes musulmanes puedan sentir legítimo orgullo de los logros de sus sociedades sin tener que recurrir a las glorias pasadas, entonces el mundo comenzará a cambiar para mejor y entonces Jerusalén también puede convertirse en un museo como Santa Sofía.

Pero para eso hay que dejar de tocar los cataplines, unos y otros, y comenzar a tomar medidas positivas. Los unos y los otros.

El mundo musulmán tiene que salir del ensueño de la religión y entrar en la modernidad como hizo el mundo occidental.

Y el mundo occidental tiene que entender que los musulmanes tienen derecho a organizarse como estimen conveniente, y sobre todo que tienen derecho a su orgullo nacional.

Y por favor, dejemos de tocarles las narices.

               

3 comentarios:

Cristina dijo...

Es muy cierto....pero no es factible,hay demasiados intereses ...
Lo se de cerca...soy del barrio.

Antonio Cordón dijo...

Tal vez algún día aprendamos a vivir como individuos y no como miembros de tribus

Cristina dijo...

Tendriamos que saber dar el lugar correcto a la religion, de la epidermis hacia adentro, no hacia afuera.