Dejé aparcada La Jungla en el ya lejano mes de Abril dispuesto a regenerarme un poco tras una temporada de cabreo casi contínuo con la siempre desgarrada situación política y social española que, la verdad termina cansando con sus enfrentamientos y con esa falta de sentido común que a tantos extranjeros les parece tan pintoresca.
Pero la realidad siempre supera en nuestro país las expectativas y nos encontramos ahora en este atípico mes de Junio con un vuelco de la situación política producido por el encontronazo entre el desgaste del partido de la derecha y la ambición del nuevo secretario general del partido tradicional de la izquierda.
A mi me gustaría vivir en un país en el que ser de izquierdas o de derechas no fuese otra cosa que una forma de ver la administración de los bienes comunes, en lugar de ser, como es, una forma de entender el conjunto de la vida pública y privada de todos y cada uno de nosotros.
Aquí, cada cual pretende tener la solución magistral de todos los problemas, los pasados, los presentes y también los futuros y en consecuencia cada partido llega al poder con la misión taumatúrgica de enmendar la plana al anterior.
Y en consecuencia la vida pública es una sucesión de propuestas y contra-propuestas que no solo no arreglan nada sino que nos conducen a un estado de sobre-excitación permanente salpicado de muestras de progresismo y reaccionarismo que nos ponen en el escaparate como los más avanzados o los más atrasados.
Y así mismo ponen a la ciudadanía ante toboganes emocionales que después nunca conducen a nada.
Me parece que en España hay demasiada gente que se dedica a la política y que tienen la necesidad de hacerse notar con decisiones de mucho alcance teórico y poco alcance práctico.
Mariano Rajoy, el presidente saliente, ha sido una rara avis en este panorama.
Un hombre que ha procurado salir lo menos posible al balcón de las vanidades y que ha hecho políticas viables en un intento, fracasado a la postre, de convertirnos por fin en un país aburrido.
Con sus políticas de vuelo bajo se ha enfrentado a la imposible reforma de nuestro mercado laboral, a la eliminación de los grupos de maleantes enquistados en su propio partido, a la rebelión del gobierno autonómico catalán, a la disciplina presupuestaria europea y a un parlamento fragmentado.
De todo iba saliendo hasta que la erupción volcánica de los casos de corrupción fraguados en las satrapias de Madrid y Valencia le ha explotado en la cara y su gobierno en minoría no ha podido resistir el ataque del PSOE en improbable coalición con separatistas y anti-sistema.
Cierto es que la defensa planteada ante las evidencias palmarias de corrupciones mayores y de financiación ilegal había generado una imagen de Rajoy como tramposo de línea nixoniana, que francamente no creo que se corresponda con la realidad, y cierto es también que los ciudadanos, enfrentados a una Hacienda que en estas legislaturas ha alcanzado niveles inquisitorios, han recibido con hartazgo manifiesto las noticias de las sucesivas trapacerías de los insignes dirigentes históricos del PP a lo largo de los años.
Rajoy estaba quemado, como lo estaba su gobierno empezando por Soraya Saenz de Santamaría imagen del fracaso político de la acción gubernamental en Cataluña.
Y con esto no quiero exculpar a los independentistas catalanes, imbuidos de un ataque de nacionalismo cerril y dispuestos a llegar a la independencia por la fuerza de las muchedumbres, que es una forma de violencia mal que les pese a los juristas alemanes.
Pero el gobierno tendría que haber actuado antes para reducir la base social del ataque al estado y eso no se ha hecho.
Cuando los catalanes no independentistas se echaron a la calle ya era muy tarde y ya veremos como salimos de ésta.
El PP peca de soberbia y de falta de empatía con los pobres ciudadanos y estos le corresponden con antipatía y desprecio.
Seguramente esto no tiene remedio pero tendría que tenerlo.
Ser de derechas no es sinónimo de ser abogado del estado o notario.
Hay mucha gente que piensa que deberíamos limitar el alcance del estado en nuestras vidas, y eso es ser de derechas. Y otros legítimamente piensan lo contrario y son de izquierdas.
No hace falta ni ser unos de comunión diaria y otros incendiarios de iglesias.
Tampoco es necesario que unos peregrinen al Valle de los Caidos y otros quieran derribarlo.
Todas esas cosas que aquí forman las señas de identidad de unos y otros no son mas que mamarrachadas, por mucho que en su nombre hayan muerto miles de personas.
Ahora llega un nuevo gobierno y naturalmente tenemos que dar la nota: el gobierno con más mujeres de nuestra Historia, y además ¡un astronauta! ¿Quien da más ?
No se lo que aguantará Pedro Sánchez las maldades que le van a empezar a hacer sus supuestos socios pero, como sufrido ciudadano, le rogaría que no se empeñe en ser original. Que no quiera empezar de nuevo a construir el mercado laboral perfecto, la ley de educación perfecta, la igualdad de género perfecta y todo lo demás.
Por favor Sánchez, sea usted aburrido. Sea europeo. Sea convencional.
Practique la moderación y construya sobre lo existente. No pretenda por favor volver a empezar con todo.
No nos regenere. Déjenos con nuestro defectos que cada vez que nos regeneramos parece que vamos a peor.
Y a los del PP: por favor no regeneren el partido. Limitense a echar a los corruptos.
Y a todos: cuanto antes vayamos a elecciones.
Es lo más sensato y lo más justo.
miércoles, 6 de junio de 2018
Regeneración
Publicado por Antonio Cordón a las 20:14
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