sábado, 11 de febrero de 2012

La reforma

Nos pasamos la vida reformando.

Normalmente las reformas llegan demasiado tarde, cuando los efectos de lo que había dejado de funcionar ya han provocado casi todo el daño, y cuando nuevos desafíos aconsejarían una nueva reforma de la reforma.

Pero así es la vida. Y así es España, donde las reformas a veces no llegan nunca.

En realidad cuando uno lee lo que decían los pensadores del siglo XVI, o los del XIX, nos encontramos siempre con las mismas lamentaciones, que si nuestra competitividad, nuestra productividad, que antes no se llamaban así pero era lo mismo, nuestro nivel de desempleo, nuestro desinterés por la industria, los extranjeros que no nos quieren, la sequía, la "caló"...

Vamos, en una palabra, que estamos lejos de los lugares donde se produce, y somos demasiados para la actividad que somos capaces de generar.

Y el resultado es siempre el mismo.

El paro, el subempleo, la picaresca y la emigración.

Como siempre hay que echar la culpa al "empedrao", antes se le echaba la culpa a la baja productividad de los bienes eclesiásticos y de la nobleza, y se reclamaba la desamortización o la expropiación.

O la reforma de los mecanismos de recaudación del estado, los "diezmos" y tasas variadas.

Y siempre a la sequía o a las plagas, que arruinaban a los agricultores y los empujaban a la miseria de las ciudades.

Ahora la culpa la tienen las leyes laborales y los sindicatos, que han ocupado en el imaginario popular el rol que antes ocupaban los clérigos con sus canonjías, o sea que tienen la culpa de todo.

Y naturalmente se pretende resolver el estado lamentable de nuestra economía reformando los sistemas que regulan la relación sindicatos-empresas, otorgando a estas todo el poder para lidiar con sus plantillas como se manejan otros "assets" de la empresa, o sea sin miramientos.

Yo estoy seguro que en los "boards" estos cambios habrán sentado bien.

No tan bien como hubiesen querido, que es con el despido improcedente a veinte o menos días, o libre completamente.

Todos sabíamos que las condiciones de trabajo heredadas del franquismo y del fascismo italiano, no se podían mantener.

Lo que ocurre es que la cuestión no es cuanto cuesta despedir sino si existen razones para contratar.

La cuestión es que clase de empleo podemos tener en España con nuestra capacidad productiva.

Y la cuestión es que clase de sociedad vamos a tener que gestionar en los próximos decenios, cuando se quiera financiar los servicios públicos desde salarios miserables, que son los que se están imponiendo.

Las empresas grandes tienen ahora la oportunidad de liquidar a sus empleados mas caros y lo van a hacer sin compasión, porque el ahorro de costes es casi una religión.

Y así a lo mejor se crea empleo juvenil, pero la sociedad va a resentirse de la desaparición de los buenos salarios que quedaban.

Sin buenos salarios, sin estabilidad en el empleo, y sin esperanza,

¿a donde demonios vamos?

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