Escribo esta nota en la tarde previa a la votación de la segunda intentona de investidura de Pedro Sánchez, y ante la más que previsible debacle de esta intentona que a estas alturas ya no se sabe si es real o un simple posicionamiento de cara a unas nuevas elecciones.
Los parlamentos del último debate ya han sido muy comentados. Unos que piden apoyo para echar a Rajoy y otros que dicen que de eso nada y que quieren poltronas.
Es muy aleccionador.
Porque nadie parece tener en cuenta los siguientes puntos:
España se encuentra en una situación financiera muy delicada, con un nivel de deuda que solo es posible financiar gracias al Banco Central Europeo.
Tenemos deficit de gasto lo que quiere decir que cada año gastamos mas de lo que ingresamos ya que nuestro sistema de bienestar social no es sostenible en las actuales circunstancias.
Y eso no lleva al punto anterior que cada año es más grave.
Tenemos dos territorios en abierta rebelión, Cataluña y País Vasco, con sus características diferentes pero decididos a la independencia.
Y tenemos a una parte de la población, unos cinco millones de personas, que se han quedado excluidos del sistema de distribución de rentas y están igualmente en abierta confrontación con el Estado.
Tenemos una auténtica epidemia de casos de corrupción que han conducido a una oleada de desprestigio de las instituciones especialmente de los partidos políticos.
Tenemos un sistema económico basado en los servicios que cada vez ofrece menores salarios.
Tenemos una juventud sobre preparada que ni encuentra empleo en España ni tiene la más mínima oportunidad y millones de inmigrantes infra cualificados que compiten con los nacionales por los sub empleos.
Y finalmente tenemos un sistema de pensiones inmanejable que pone en peligro todo el sistema de estabilidad social.
Con todo esto, todo el mundo sabe que el próximo gobierno las va a pasar moradas a no ser que suceda un milagro y la economía mundial se relance y nos toque con su manto protector.
Pero si con el petróleo por los suelos la recuperación ha sido tan pequeñita, nadie puede augurar nada bueno como vuelva a subir.
Así que toca seguir con las reformas, o sea, seguir apretando el cinturón y buscar solución a los males institucionales reformando la Constitución, para ver si damos salida al tema catalán, y el sistema de partidos con una nueva ley electoral.
Todo ello requiere un gran consenso.
Y no lo hay.
El PP está ofuscado por su situación interna. El PSOE es demasiado débil y se siente amenazado por Podemos. Podemos es una amalgama de comunistas y anarquistas cuyos programas son sencillamente inaplicables en la UE y nos llevarían a la ruina en menos de un año, y Ciudadanos solo representa a una minoría ilustrada y asustada.
Los demás solo están para enredar y enmerdar.
En esta situación solo cabría apelar al patriotismo de un gobierno de concentración dejando las siglas de cada uno a un lado, pero ya hemos visto lo lejos que estamos de eso.
Así que a parte de rezar y dedicarse a la introspección no se me ocurre nada.
Me contaban el otro día que el sistema romano se basaba en la existencia de dos clases: los patricios y la plebe que convivían bajo un pacto no escrito. Los patricios buscaban la gloria y la plebe obtenía igualdad a cambio de ayudarles a conseguirla.
Pero los patricios de hoy solo buscan el trinque y la plebe ya no puede soñar con la igualdad que ve como se aleja con los recortes.
Como todo el mundo sabe como acabó aquello, no voy a hacer profecías escatológicas.
Que sea lo que Dios quiera.
viernes, 4 de marzo de 2016
El pacto de nunca acabar
Publicado por Antonio Cordón a las 17:50
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