miércoles, 7 de octubre de 2015

La muerte digna

No se si la expresión "muerte digna" tiene algún significado.

La muerte siempre resulta un proceso de deterioro de la vida que puede ocurrir rápidamente, como en los accidentes, o lentamente como en las enfermedades.

En cualquier caso resulta ingrata y dolorosa.

Así que la cuestión no es tanto que deje de ser indigna, como que deje de ser innecesariamente dolorosa.

Y la cuestión está relacionada con la actitud de los médicos y sus problemas con la legalidad vigente que no es muy clara al respecto.

No creo que haya muchos médicos que por razones religiosas se nieguen a aliviar situaciones de alargamiento inútil de situaciones terminales, sino que muchos de ellos temen las consecuencias de ser liberales en esta materia sobre todo después de lo sucedido en la Comunidad de Madrid hace años a cuenta del Dr. Montes y el Consejero Lamela.

Vamos, que para muchos médicos es más fácil seguir el protocolo hasta el último suspiro aunque eso conlleve una agonía dolorosa, que aplicar protocolos alternativos paliativos que acorten esa agonía.

Y hasta que un juez no les descarga de responsabilidades no dan el paso.

Esto es lo que acaba de suceder en Santiago de Compostela a cuenta de una niña de 12 años en situación irreversible y dolorosa.

Médicos que consideraban oficialmente que había que seguir con el tratamiento han "descubierto" que un "empeoramiento" en las últimas horas permitía desconectar a la paciente, una vez que los padres se han movido y un juez les ha dado la razón.

Creo que estamos en una situación de perversa ambigüedad que pone a los familiares de los enfermos terminales en una situación de tensión intolerable que se añade a la tragedia personal que ya sufren.

Y eso no es tolerable por mas tiempo.

Tiene razón el portavoz de PP en el Congreso cuando dice que no es necesario abrir debates, porque lo último que faltaba es que esta cuestión se convirtiese en un tema de discusión política.

Eso imposibilitaría cualquier solución durante años, y nos abocaría a las estériles discusiones entre políticos y tertulianos que tan aburridos nos tienen.

Y este es un tema que no puede esperar porque sucede cada día en muchos hospitales del país.

Hay lugares en los que las familias se encuentran con un entorno de comprensión y ayuda y otros en los que se topan con un muro.

Y eso no puede ser.

Todos vamos a morir y tenemos derecho a que en ese trance se nos puedan aplicar los avances de la ciencia y la tecnología como sucede en otros momentos de nuestra vida empezando por el nacimiento.

Si la epidural evita el sufrimiento en ese trance y nos parece de lo más normal y deseable, ¿por qué nos ponemos tensos con la cuestión de la muerte?

A nadie se le ocurriría denunciar a un médico por utilizar la anestesia antes de una operación y tampoco por recetar analgésicos para el dolor, pero parece que la racionalidad se detiene en los umbrales de la muerte y nos invaden todo tipo de prejuicios y atavismos.

La muerte no debería ser un campo de batalla sino un espacio para la serenidad, y debería de existir un ámbito legal que permitiese que los familiares y el propio enfermo si es posible, decidiesen con los médico los tiempos para los medicamentos curativos y los tiempos para los paliativos y también la aplicación de sedativos que permitan un final incruento.

No se puede poner a los médicos en la tesitura de tener que decidir esas cuestiones y después quedar expuestos a denuncias o persecuciones.

Como en tantas otras cosas, los ciudadanos tenemos derecho a decidir por nosotros mismos sin tener al Estado encima de nosotros decidiendo lo que es mejor o lo que nos conviene.

Ya que no nos dejan vivir en paz, por lo menos que nos dejen morir en paz.          


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