jueves, 1 de marzo de 2018

Carlismo contemporáneo

Cuando en los lejanos años setenta un profesor de Historia de España en la Facultad de Periodismo nos expuso que los dos únicos movimientos políticos genuinamente españoles eran el anarco-sindicalismo y el carlismo yo, y seguramente otros alumnos, lo interpretamos como un intento de descalificar las corrientes políticas emergentes en aquellos años del tardo-franquismo.

Parecía que lo que nos quería decir aquel profesor era que el socialismo, el comunismo, la cristiano democracia o el liberalismo no tenían cabida en nuestro universo mental más inclinado a ideologías castizas y a tremendismos guerra-civilistas como los que nos habían llevado a la dictadura franquista.

También por aquella época, todavía en vida del general, se mantenía a menudo en los medios de comunicación la tésis de que para los españoles la política era un ejercicio de alto riesgo y que lo que se imponía era mantener un "estado de obras" que se ocupase de mantener e incrementar el bienestar de los españoles sin que estos tuviesen que calentarse la cabeza con pugnas ideológicas de tan amargo recuerdo.

¡Hagamos carreteras, pantanos, puertos, y demás y no nos preocupemos ni de la forma del estado ni de quien tiene la sagrada misión de gobernarlo!

Ese era el ambiente de los "debates" oficiales de aquellos días en los que la edad del caudillo hacía temer a sus muchos seguidores que a su muerte íbamos a volver a las andadas.

Quien nos iba a decir que casi cincuenta años después, tendríamos que coincidir con el profesor aquel viendo como las opciones de la ortodoxia política europea, socialismo y cristiano-democracia, se deshilachan y envejecen a toda velocidad al tiempo que carlismo y anarco-sindicalismo renacen con la misma fuerza que tuvieron en la España del XIX.

Hoy día, el anarco-sindicalismo no solo tiñe la izquierda juvenil podemita, sino que se ha instalado en el pensamiento flojo del actual PSOE, en las organizaciones anti-sistema como la CUP, o de izquierda nacionalista como la CUP o las sucesivas opciones filo-etarras.

Por su parte el carlismo se manifiesta con fuerza inusitada en el PNV o en Esquerra Republicana de Cataluña, pero también aparece en el PP gallego, o las múltiples encarnaciones de las derechas nacionalistas.

El mismo furor anti-liberal, anti-centralista y anti-racionalista que apareció en España en el largo periodo 1833-1876, cuando se enfrentaron la visión del mundo del Antiguo Régimen y la visión liberal centralista, y la España rural con la España urbana, ha renacido en forma de ataques a la forma del Estado, la igualdad de todos los españoles y la idea de una administración eficaz y moderada.

Se combate al Estado con la misma pinza que tanta destrucción nos trajo: demandas sociales imposibles y demandas de fragmentación contínuas y crecientes.

Es el estado liberal lo que está en juego como entonces solo que ahora ese estado ha crecido y mejorado considerablemente y ha intentado tanto responder a la mayoría de las demandas sociales como a las de descentralización y respeto a las diferencias.

Y es que a los carlistas y a los anarquistas les da igual las ventajas de que gozan sus ciudadanos ya que para ellos es mucho más importante la destrucción del odiado estado liberal unitario.

Efectivamente, ningún avance en el bienestar o en el autogobierno va a detener a los que consideran que la España capital Madrid es una afrenta que no pueden perdonar ni asumir.

Tenía razón el profesor.

Carlismo y anarquismo son dos corrientes ideológicas tan fuertemente enraizadas en la realidad española que no podemos aspirar a derrotarlas, como en las tres guerras carlistas, o asimilarlas como en la Guerra del 36 y en la Transición.

Tras cada derrota rebrotan como la mala hierba y en cada intento de asimilación se alimentan de las concesiones y crecen hasta convertirse en monstruos.

Francamente no se que se puede hacer con ellos ni tampoco como se puede educar a los españoles para que no sigan como los ratones de Hamelin al flautista de turno, llámese Zumalacárregui, Junqueras, Iglesias o el cura Merino.

Desde luego gobiernos como el de Rajoy no ayudan. 


     

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