Después de mi periplo asiático, vuelvo a incorporarme a la vida española y madrileña con las pilas cargadas para empezar un nuevo curso. Como dejé a entender en mi último post, he tenido la oportunidad de visitar China, fascinante país, así como Rusia y Mongolia, permitiéndome disfrutar de una gran variedad de paisajes y culturas. Y, cómo no, saqué algunas reflexiones sobre la inmersión de estos países en el mundo digital, que aquí traigo a compartir.
Lo primero que me llamó la atención fue la alta presencia de teléfonos móviles, aunque prácticamente ninguno de ellos smartphones. En Mongolia en concreto las líneas móviles sobrepasan con amplitud las líneas fijas (no recuerdo exactamente el número que leí ni dónde), lo cual tiene mucho sentido pensando en el nivel de desarrollo y extensión del país. De hecho, era común ver por la calle gente mayor que ofrecía sus teléfonos fijos a modo de teléfono público (no llegué a descubrir a qué se conectaban), remanentes de un periodo pasado y síntoma de esta escasez mencionada. Así, la gente joven y gran parte de los adultos que vi hacían uso habitual de sus móviles y me imagino que no dispondrían de fijo de casa. Una situación que por lo que tengo entendido se repite en países asiáticos y africanos y aquí he tenido ocasión de verificar.
El poco uso de las tecnologías aplicadas a las infraestructuras públicas rusas era patente, y no digamos ya en las mongolas. Me llamó mucho la atención en Ulán Bator una única y gran pantalla que se erigía enfrente de los grandes almacenes de la ciudad, probablemente como símbolo de modernidad presumido por parte de la alcaldía. Esta falta de tecnificación hacía que continuamente nos encontrásemos con personas cubriendo puestos de trabajo totalmente automáticos, como semáforo humano o controlador de escalera mecánica del metro (una persona por cada escalera mecánica en el metro de Moscú). Estas situaciones contrastan con Beijing y Shanghai, pobladas por grandes pantallas y neones, y recorridas por un subterráneo de aspecto pulcro y avanzado. A destacar el maglev, el tren magnético que llegó a alcanzar los 430 km/h en nuestro trayecto al aeropuerto de Shanghai.
Claro contraste el de China con Rusia y Mongolia, donde los coches se veían muy antiguos y con el volante colocado de manera indistinta a izquierda o derecha, independientemente de que se condujese a la derecha. Con esta premisa, resulta fácil imaginarse que la conducción en estos países (y aquí sí que incluyo a China) era bastante parecida a un circuito de karts, donde las normas son consideradas como recomendaciones y el más rápido (o el último que se quita) es el que pasa, incluidos peatones.
En un momento en el que Suecia se está planteando eliminar el metálico, es sorprendente la poca aceptación que tienen las tarjetas de crédito en estos países. Si bien en Moscú sí que las pudimos utilizar, en Siberia ya no nos fue posible en ningún lado, y lo mismo nos pasó en Ulán Bator. En Beijing y Shanghai tampoco pudimos hacer uso de ellas, aunque en estos casos creo que se debía más a un tema gubernamental, porque sí que aceptaban tarjetas locales. De hecho, el cambio de euros a yuanes en China se convertía en una tarea larga y ardua, con repetidas comprobaciones de pasaporte y firmas de autorizaciones.
Muy curiosa me resultó la escritura en móviles mediante caracteres chinos, actividad que nunca antes me había planteado. Pude observar 2 modelos: escritura a través de la pulsación un cierto número de veces de una de las teclas del terminal; o, en un móvil de pantalla táctil tener los botones simbolizando trazos y así, mediante su pulsación en un determinado orden, el usuario podía ir "dibujando" el caracter necesario. Este último ejemplo refleja una de las ventajas más interesantes de eliminar el teclado físico en pro de una pantalla mucho más flexible y adaptable a las necesidades del consumidor.
Y para lo último he dejado China y su Gran Muralla en Internet. Doy fe de que existe y que cuando se intenta entrar en sitios que uso habitualmente para informarme o entretenerme (Twitter, Facebook, Blogger (y con ella, La Jungla Digital), diferentes blogs...) únicamente muestran un mensaje de página no encontrada. Es una pena para la sociedad china que se aplique una censura tan férrea. Y es que, aunque se pueda saltar con relativa facilidad, ocultar desde siempre el acceso a una web hace que el navegante se acostumbre a su inexistencia y no se plantee si quiera entrar en ella. Por mucha tecnología y desarrollo que despliegue China en sus ciudades, si algún día quiere ser un líder mundial de verdad tendrá que apalancarse en el talento de su población, no únicamente de obra barata, y al talento hay que alimentarlo y nutrirlo. Mi esperanza está en que según se vaya abriendo el país y más gente entre y salga, ese manto de censura será más difícil de mantener y poco a poco se irá recogiendo hasta que exista libertad de información. Esperemos.
Lo primero que me llamó la atención fue la alta presencia de teléfonos móviles, aunque prácticamente ninguno de ellos smartphones. En Mongolia en concreto las líneas móviles sobrepasan con amplitud las líneas fijas (no recuerdo exactamente el número que leí ni dónde), lo cual tiene mucho sentido pensando en el nivel de desarrollo y extensión del país. De hecho, era común ver por la calle gente mayor que ofrecía sus teléfonos fijos a modo de teléfono público (no llegué a descubrir a qué se conectaban), remanentes de un periodo pasado y síntoma de esta escasez mencionada. Así, la gente joven y gran parte de los adultos que vi hacían uso habitual de sus móviles y me imagino que no dispondrían de fijo de casa. Una situación que por lo que tengo entendido se repite en países asiáticos y africanos y aquí he tenido ocasión de verificar.
El poco uso de las tecnologías aplicadas a las infraestructuras públicas rusas era patente, y no digamos ya en las mongolas. Me llamó mucho la atención en Ulán Bator una única y gran pantalla que se erigía enfrente de los grandes almacenes de la ciudad, probablemente como símbolo de modernidad presumido por parte de la alcaldía. Esta falta de tecnificación hacía que continuamente nos encontrásemos con personas cubriendo puestos de trabajo totalmente automáticos, como semáforo humano o controlador de escalera mecánica del metro (una persona por cada escalera mecánica en el metro de Moscú). Estas situaciones contrastan con Beijing y Shanghai, pobladas por grandes pantallas y neones, y recorridas por un subterráneo de aspecto pulcro y avanzado. A destacar el maglev, el tren magnético que llegó a alcanzar los 430 km/h en nuestro trayecto al aeropuerto de Shanghai.
Claro contraste el de China con Rusia y Mongolia, donde los coches se veían muy antiguos y con el volante colocado de manera indistinta a izquierda o derecha, independientemente de que se condujese a la derecha. Con esta premisa, resulta fácil imaginarse que la conducción en estos países (y aquí sí que incluyo a China) era bastante parecida a un circuito de karts, donde las normas son consideradas como recomendaciones y el más rápido (o el último que se quita) es el que pasa, incluidos peatones.
En un momento en el que Suecia se está planteando eliminar el metálico, es sorprendente la poca aceptación que tienen las tarjetas de crédito en estos países. Si bien en Moscú sí que las pudimos utilizar, en Siberia ya no nos fue posible en ningún lado, y lo mismo nos pasó en Ulán Bator. En Beijing y Shanghai tampoco pudimos hacer uso de ellas, aunque en estos casos creo que se debía más a un tema gubernamental, porque sí que aceptaban tarjetas locales. De hecho, el cambio de euros a yuanes en China se convertía en una tarea larga y ardua, con repetidas comprobaciones de pasaporte y firmas de autorizaciones.
Muy curiosa me resultó la escritura en móviles mediante caracteres chinos, actividad que nunca antes me había planteado. Pude observar 2 modelos: escritura a través de la pulsación un cierto número de veces de una de las teclas del terminal; o, en un móvil de pantalla táctil tener los botones simbolizando trazos y así, mediante su pulsación en un determinado orden, el usuario podía ir "dibujando" el caracter necesario. Este último ejemplo refleja una de las ventajas más interesantes de eliminar el teclado físico en pro de una pantalla mucho más flexible y adaptable a las necesidades del consumidor.
Y para lo último he dejado China y su Gran Muralla en Internet. Doy fe de que existe y que cuando se intenta entrar en sitios que uso habitualmente para informarme o entretenerme (Twitter, Facebook, Blogger (y con ella, La Jungla Digital), diferentes blogs...) únicamente muestran un mensaje de página no encontrada. Es una pena para la sociedad china que se aplique una censura tan férrea. Y es que, aunque se pueda saltar con relativa facilidad, ocultar desde siempre el acceso a una web hace que el navegante se acostumbre a su inexistencia y no se plantee si quiera entrar en ella. Por mucha tecnología y desarrollo que despliegue China en sus ciudades, si algún día quiere ser un líder mundial de verdad tendrá que apalancarse en el talento de su población, no únicamente de obra barata, y al talento hay que alimentarlo y nutrirlo. Mi esperanza está en que según se vaya abriendo el país y más gente entre y salga, ese manto de censura será más difícil de mantener y poco a poco se irá recogiendo hasta que exista libertad de información. Esperemos.
2 comentarios:
Que interesante viajes has tenido que realizar.
Notaste muchas diferencias entre Beijing y Shanghai, parecidas infraestructuras?tecnología en la clase?
Yo tengo un montón de ganas de ir a China, creo que tiene que ser una país muy muy interesante y si siguen abriendose sin duda será la potencia del Siglo XXI, no tengo ninguna duda. El problema que veo es que no se abran, o que cuando muera el actual presidente el que venga imponga el cerrojazo.
Un saludo!
El viaje ha sido muy bueno, totalmente recomendable. Ahora bien, en general me gusta más cuando viajo por Europa o EEUU que por Asia :-)
Beijing y Shanghai son muy diferentes. La primera es más tradicional, dentro de la modernidad. Es donde están la mayoría de las cosas que hay que ver en el país, aunque realmente sean reconstrucciones. Al ser capital, hay muchísima policía militar y aún perduran los hutongs, barrios tradicionales, donde vive gente más humilde.
Shanghai es mucho más occidental, parece una ciudad estadounidense. Tiene su zona de rascacielos y en la arquitectura en general se nota la mano de Occidente. Hay más cines, restaurantes europeos, etc. La gente que vive allí es más variopinta y el ambiente en general es más de negocios.
Yo creo sinceramente que China se irá abriendo, que la situación actual es demasiado artifical como para ser sostenible en un mundo globalizado. Ahora, ¿cuándo? Esa es realmente la pregunta...
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