domingo, 7 de abril de 2013

El puchero de oro (cuento moral)

Erase una vez un país humilde que se había acostumbrado a ser pobre desde tiempos remotos es que teoricamente era el centro de un imperio en el que no se ponía el sol.

Sus habitantes, tras una serie de rebeliones desastrosas contra los poderosos que controlaban casi toda la riqueza y que imponían una ideología basada en la resignación, habían accedido a un pequeñito lugar en el mundo a través de una reforma económica llevada a cabo por unos señores muy piadosos y que algo sabían de economía.

Los ciudadanos de la clase media, (entonces se llamaba sufrida clase media) soñaban con los reinos del norte, donde reinaba la libertad y donde se ataban los perros con longaniza, pero el mandarín que gobernaba el país temía el libertinaje de aquellos reinos del norte, y siguiendo la estrategia cuidadosamente pergeñada en el Concilio de Trento, mantenía a los nativos en la máxima ignorancia posible.

Pero a la muerte del mandarin, (de viejo y entre la admiración y devoción populares como ahora con Chavez el de Venezuela), una serie de jóvenes de la burguesia decidieron con la complicidad del nuevo Rey caminar hacia los paraisos norteños.

Despues de muchas súplicas y de hacer deberes para demostrar que los ciudadanos del país no eran salvajes sino hombres y mujeres preparados para trabajar y consumir, los paises norteños decidieron admitir al viejo país pobre y humilde en el club de los ricos.

¡Que alborozo se produjo entre los habitantes del país!

Por fin y despues de muchos siglos, (desde que Carlomagno abandonó la marca hispánica), volviamos a ser europeos, y no por la fuerza como en tiempos del emperador Carlos y su hijo Felipe, sino por aquiescencia de los norteños.

En el país soleado nos las prometíamos muy felices.

Por fin llegarían la ciencia y el conocimiento. Por fin la urbanidad y la conciencia ciudadana. Por fin leyes justas. Por fin instituciones al servicio de todos y no de los de siempre. ¡Ya éramos europeos!

Pero lo que llegó no fueron las ideas ni la ética protestante del trabajo.

Tampoco la urbanidad ni el respeto a los espacios públicos.

Lo que llegó fué el puchero de oro.

Los norteños nos enviaban pucheros de oro para que nosotros administrasemos su contenido y creásemos industrias, infraestructuras, conocimiento y para que las regiones mas pobres diesen un salto adelante y se igualasen con las más ricas.

¡Nunca en el país soleado y humilde se había visto tanto dinero junto!

Ni siquiera cuando llegaba el oro de las Indias ya que ese oro en cuanto llegaba a España era transferido a Holanda o Italia para sufragar las guerras en las que nuestros generosos gobernantes defendían la causa del Papa contra los malísimos protestantes, los feroces anglicanos y los pérfidos franceses.

Aquí no quedaba mas que para hacer catedrales y palacios. (Gracias a lo cual tenemos un patrimonio nacional tan rico).

Pero ahora si. Ahora había un montón de dinero que había que gastar.

Lo primero que les ocurrió a nuestros gobernantes era hacer carreteras y túneles. Autopistas para todos.

Luego cada pueblecito quiso tener su museo y su auditorio. (¡Que no falte de ná!)

Y luego se pusieron a pensar.

La formación se consideró imprescindible. Y el I+D. (Esto nadie sabía lo que era pero los catedráticos de todo el país pronto se dieron cuenta: dinerete para completar el magro sueldo).

Con la formación, asociaciones, sindicatos y todo tipo de instituciones encontraron una mina do oro: dar cursos. (De lo que fuera, daba igual).

A todo esto mucha gente se habia arrimado a los pucheros de oro y había mirado dentro comprobando el maravilloso color del dinero por primera vez en sus vidas.

Recordemos que en el país soleado no tenían dinero ni los nobles propietarios de tierras. Tenían tierras pero no dinero.

Los que administraban los pucheros de oro empezaron a pensar lo injusto que era que ellos y sus familias no pudiesen quedarse con una pizquita de tanta riqueza. (¡Si había tanta, quien se iba a dar cuenta!).

Los que recibian encargos para construir las infraestructura consideraban natural dar un poquito a los que tan generosamente les adjudicaban los contratos.

Los que recibían para investigar arcanos etéreos podían contratar a algún primo de alguien.

Y los de la formación, ¿quien iba a saber si con ese dinero se contrataban profesores o liberados sindicales?

En las regiones pobres del país soleado, había muchos pucheros de oro, y muchas más tentaciones de meter la mano. ¿Acaso no habían sufrido suficiente a través de los siglos?

Y cuando se trataba de ayudar a algún amigo que se había quedado en el paro, ¿como no acudir en su ayuda?

Y ¿como renunciar a invitaciones a langostinos, jamón pata negra, o burdel de carretera?

¡Total para cuatro días que vamos a vivir!

Y luego con tanto dinero disponible a alguien se le ocurrió: ¿por qué no hacer que cada español compre una, dos o tres casas?.

Los propietarios de suelo se frotaban las manos. ¡Por fin iban a transformar sus secarrales en campos de oro y brillantes!

Y los alcaldes dijeron, ¡por fin voy a tener sueldo y policia municipal para pasar revista!

Y ahora los pucheros de oro se multiplicaban.

Parecía que había para todos. ¡Era Eldorado! ¡Era la leche!

Vengan los BMW. Vengan los casoplones. Vengan las mariscadas.

¿Converger con Europa?

Si, pero no en el trabajo y la productividad. Converger en el "life style".

La moda, el diseño, la comida new age, la filantropía.

Vengan Ong´s. Vegan proyectos en Naciones Unidas. ¡Somos ricos!

A todo esto mucha gente había sucumbido a la tentación de meter mano en los pucheros de oro.

Pero la fiesta no parecía tener fin.

Y entonces vino la gran crisis y los jueces, que habían estado de vacaciones durante mucho años se pusieron a trabajar.

Y comenzaron a desfilar los "corruptos", que así se llamó a los que habían metido la mano en los pucheros.

Y los que no eran acusados, hacían grandes manifestaciones de inocencia. ¿Quien yoooo?

Pero la fiesta había terminado y alguien tenía que pagar por todos.

Hacía falta un chivo expiatorio porque no se podía meter en la carcel a todos los que habían caido en la tentación.

Los elegidos para el papel de chivo se agitaban y amenazaban con tirar de la manta.

El pais soleado era recorrido por una epidemia de amnesia y de contricción aparente. ¡Nunca mais!

Los norteños se habían cabreado y amenazaban con echar a los sureños del reino del euro.

El suministro de pucheros de oro se acababa y ahora nos prestaban a cambio de ejercicios espirituales y graves penitencias.

Y algunos en el país sureño, comenzaron a pensar que se había perdido la mejor oportunidad para convertir aquel atajo de pobres de antaño en ciudadanos conscientes y emprendedores.

Y que los pucheros de oro habían converido a demasiados ciudadanos en ladrones y estafadores.

Y que no había más industria que al comienzo. Ni las universidades eran mejores. Ni se generaban patentes.

Solo había mas mendigos, mas delincuentes, mas borrachos y mas putas.

Y se preguntaban ¿tiene remedio un país en el que quien no roba es porque no ha tenido acceso al puchero de oro?

¿Tiene remedio un país cuyas instituciones no han sabido poner orden, controlar el acceso al puchero de oro, y vigilar su distribución?

¿De que coño vale ahora rasgarse las vestiduras y cargar contra Urdangarín y la infanta?

¿Tiene futuro un país de hipócritas, sinvergüenzas y lameculos?  



    

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