El mundo digital es como un escenario de tramoya tras el que se arrastra una realidad penosa. Vivimos un mundo de mentira en el que ni sabemos como se cultiva una patata, ni como llega el agua al grifo, ni como se fabrican las prendas de ropa que compramos en unos grandes almacenes.
Ni lo sabemos ni lo queremos saber. Nos da igual si el algodón de nuestra camiseta ha sido recolectado en Egipto o en Kazajistan. Si los plátanos han sido cortados de un arbol en Costa de Marfil o en Tenerife.
Solo si el lugar de procedencia "mola" entonces nos lo dicen. "Alcachofas de Tudela", pimientos del "Piquillo", pan "francés".
El resto viene en letra pequeñita en una etiqueta borrosa, donde vemos que nuestros zapatos han sido fabricados en Filipinas y nuestros garbanzos nacieron en tierras chinas.
Lo que queremos es que sean baratos, porque con los sueldos que nos van quedando solo podemos consumir productos cada vez más baratos.
Y cuando bajamos a los barrios de la miseria encontramos mercadillos donde se venden hortalizas recolectadas por bandas de ladrones en las noches de toda España.
Y mientras, algunas veces, una fábrica de ocho pisos y repleta de esclavos sin valor en Bangla Desh o en Filipinas, se cae abajo por el exceso de peso y mueren trescientos esclavos. ¿Que le vamos a hacer?
Si queremos que Zara y H&M y otras vendan barato tiene que ser así.
Es un sistema verdaderamente absurdo en el que la maquinaria no puede detenerse aunque tengamos cada vez menos dinero para alimentarla. Es el capitalismo de la miseria que convive con el capitalismo de la opulencia que vemos en las revistas desvergonzadas.
El capitalismo de la globalización y la desregulación, que nos está devolviendo a las miserias de los primeros tiempos de la Revolución Industrial, y que es defendido con contumacia por unas clases dirigentes que sencillamente no saben como salir del lio en que nos han metido.
Ciertamente en Bangla Desh no se van a notar trescientas personas menos, como aquí da igual si los sin empleo son cinco, seis o siete millones.
Son solo consecuencias del sistema que no tiene alternativa.
Víctimas colaterales de un conflicto puramente pragmático: el capitalismo ya sabrá como salir adelante por si solo.
Si. Habrá algunas pérdidas por el camino. Alguna generación se quedará varada como tortuguitas nacidas con la marea baja.
Algunos pakistanies morirán con el pié en el pedal de la máquina de coser.
Nada en definitiva.
Lo importante es que siga la fiesta.
domingo, 28 de abril de 2013
La fábrica de Bangla Desh
Publicado por Antonio Cordón a las 11:40
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