jueves, 19 de junio de 2014

Coronaciones, abdicaciones y realidades

Entre la proclamación de Felipe VI, la debacle de la "roja", y la eclosión de republicanos sedicentes, ha pasado casi inadvertido un índice publicado por The Economist, que cuenta el paso de la crisis por los PIB de los países de la UE, y su re-colocación en dos frentes: los que suben y los que bajan.

Ni que decir tiene que España es de los que bajan.

¿Pero que quiere decir que España haya perdido durante esta crisis diez puntos del PIB?

Para poder entender la magnitud del desastre recordemos que el PIB español perdió 21 puntos durante la Guerra Civil.

Es decir que una guerra de tres años que dejó el país en un estado de miseria y destrucción produjo unos efectos que solo son el doble de los que ha producido la gran explosión de la burbuja inmobiliaria y el declive imparable de la capacidad industrial española y europea.

Y claro en número de víctimas la cuestión también ha sido de campeonato.

En la Guerra Civil, esas víctimas se tradujeron en muertos y lisiados, exilados y prisioneros. En la crisis actual se ha traducido en parados y emigrados.

Y por seguir con este paralelismo, el camino "cuesta arriba" que nos espera ahora va a ser largo. En la crisis anterior la caída no se remontó hasta veinte años más tarde. ¿Cuanto vamos a tardar esta vez?

El panorama a que se enfrenta Felipe VI no es solo el de intentar mediar en la cuestión territorial, lo que a juzgar por la actitud de los representantes de Cataluña y Vascongadas no será fácil, sino como gestionar los largos años de penurías que nos quedan aún por delante.

No me ha parecido casual que el nuevo Rey se haya referido a la necesidad de cuidar de aquellos que han sufrido lo peor de la catástrofe económica. Queda mucho de cuidar de los peor parados.

El país está mejor ahora que en los setenta, en el sentido de que es más rico, pero si entonces había un impulso que condujo a los pactos políticos y los económicos, ahora ese impulso no existe.

Menos mal que estamos en la UE y que eso marca unos límites a las torpezas que pueden cometer los políticos.

Pero el panorama es bastante desalentador: la izquierda se siente atraída por los abismos. La derecha atraída por la inmovilidad. Ha reaparecido el nihilismo masivo (en este caso con sabor venezolano). Los nacionalistas están engreídos y despreciativos, y finalmente todo el mundo anda entre hastiado y atemorizado frente a un futuro amenazador y nada esperanzador.

Si yo tuviera que trabajar en el posicionamiento del nuevo Rey me esforzaría por encontrar una formulación nueva de que país tenemos que ser.

¡Otra vez!  

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