lunes, 2 de junio de 2014

Abdicación. La derrota de una generación.

La abdicación del Juan Carlos I como Rey de España, se produce en el marco de una sensación muy generalizada de que el capital político de la Constitución del 78 se ha terminado.

Todas las cosas terminan y en la historia de cualquier país los periodos se suceden los unos a los otros, aveces por las buenas y otras por las malas. Este caso no es diferente.

Desde finales del siglo XVIII, España se ha enfrentado a la necesidad de modernizarse.

Y aunque no podemos decir que no hayamos avanzado, tampoco se puede decir que lo hemos conseguido.

Las diferencias entre nuestro país y los de la Europa Occidental son evidentes: educación, urbanidad, limpieza, orden, fortaleza institucional, niveles de corrupción.....

La lucha entre los que deseaban que España se acercase a Europa y los que se oponían ha sido terrible.

Por una parte estaban los que consideraban como Ortega y Gasset, que "España es el problema y Europa la solución". Por otra los que consideraban que "Santiago y cierra España".

Para mi y los de mi generación la Transición y la Constitución de 1978, junto a la restauración de la monarquía, fueron la gran oportunidad para avanzar en la receta orteguiana.

Por primera vez una gran parte de la derecha reaccionaria se mostraba partidaria del cambio a la vez que la izquierda renunciaba a los maximalismos socialistas. Por primera vez los separatistas estaban dispuestos a un pacto constitucional. Por primera vez la Iglesia Católica se mostraba aperturista, y por primera vez el ejército no estaba mayoritariamente por los golpes de estado.

Todos esos elementos habían producido consecutivamente cuatro guerras civiles, y todos al unísono eran culpables de haber destruido la anterior oportunidad que fue la II República.

La lección parecía aprendida. El camino a seguir claro y pactado.

Pero no ha sido así: una vez más vemos impotentes como los males de España reaparecen.

Reaparece el caciquismo. La inoperancia de los partidos políticos. La corrupción. Los separatistas son ahora secesionistas.

No se ha podido reformar la Justicia. Tampoco la Universidad. El sistema económico español sigue siendo un enano. La innovación una anécdota.

La única de las instituciones españolas que se ha reformado y europeizado plenamente en estos años es el Ejército. Las demás se niegan a hacerlo enrocadas en sus privilegios.

Los políticos mangonean las instituciones provocando la indefensión de los ciudadanos como ha sucedido con las estafas y atropellos cometidos por las Cajas de Ahorros y sus dirigentes.

Pero sobre todo queda la sensación de que los españoles no tenemos solución.

¿Si en esta oportunidad, con todas las bendiciones y con el dinero europeo no se ha podido conseguir, cuando lo vamos a hacer?

España no es ahora la misma que conocimos a comienzos de los setenta cuando comenzábamos a incorporarnos al mercado laboral los del "baby boom", la generación nacida tras la guerra, pero no hemos conseguido incorporarnos plenamente al concierto de las naciones civilizadas.

Don Juan Carlos dice en su discurso de abdicación que es necesario dar paso a una nueva generación. Tiene razón, pero lo que no dice es que la nuestra ha fracasado en lo que era nuestra principal obligación: entregar a nuestros hijos un país libre de los espectros del pasado.

El hecho de que la abdicación se produzca en medio de los escándalos financieros y bajo la presión de los secesionistas catalanes, abunda en este aire de derrota.

No es una despedida triunfal, es una salida por la puerta de atrás.    

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