jueves, 13 de octubre de 2016

El gran Robert Zimmerman

Escuchar los comentarios despreciativos, con ese aire de superioridad paleta tan nuestro, que ha suscitado el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Robert Zimmerman, alias Bob Dylan, me ha producido una vez más una mezcla de desaliento y vergüenza ajena.

He escuchado que por qué le tienen que dar el premio a Dylan y no a Joaquín Sabina. En fin, no damos para más que se le va a hacer.

Yo comprendo que para quienes el idioma ingles es un arcano como los jeroglíficos hititas, comprender el alcance de la obra de Dylan es complicado, y que para aquellos que le consideran un cantante pop, Dios bendiga su ignorancia, resulta como una broma esta decisión del jurado del Nobel.

Pero el caso es que no lo es.

Para empezar, si nos vamos a los manuales de literatura universal, veremos que el primer capítulo suele estar dedicado al mestér de juglaría, que no es otra cosa que lo que hoy llamamos canción popular, solo que sin el gramófono y todo lo que ha seguido.

No comprendo por qué unos versos cantados en una plaza pública si son poesía, y los que son interpretados en un estadio de futbol no lo son.

La literatura va evolucionando como todo en esta vida, y tan literario es el Cantar del Mio Cid, como los guiones de los Soprano, y desde luego, las canciones de los juglares de hoy también son literatura. En algunos casos alta literatura y en otros, los más, literatura basura, pero literatura.

Y lo mismo se puede aplicar a las novelas. Las hay buenas, malas y malísimas.

La aparición de Bob Dylan a comienzos de los sesenta fue una auténtica revelación.

Nadie había hecho antes nada semejante.

En un documental producido por Martin Scorsese hace unos años, se ve una actuación del joven Dylan ante un grupo de intelectuales norteamericanos, como Pete Seeger, o el poeta Allen Ginsberg, que asisten sobrecogidos a la interpretación de Mr. Tambourine Man, una poesía cantada muy al estilo de los grandes poetas americanos como Walt Whitman.

La música folk había pasado de recoger canciones tradicionales del oeste o de los años de la Depresión, y había comenzado a crear nuevos himnos, que son hoy parte de la vida cotidiana.

Recuerdese que Blowing in the Wind, estaba en el primer disco de Dylan, si no contamos el proto-disco que le grabaron en la CBS cuando se plantó en sus oficinas con su guitarra pidiendo que le grabasen un disco, cosa que nunca antes había ocurrido.

La emisión de Blowing in the Wind en la radio americana tuvo un efecto como si el mundo hubiese cambiado de repente. Era la primera canción con una letra ajena al tema amoroso que se escuchaba y todos los que la escucharon quedaron pasmados.

A partir de ese momento, que como recuerda Joan Baez, que luego sería su compañera sentimental, fue un fenómeno instantáneo que le convirtió en "vagabundo universal", las canciones de Dylan resonaron en la conciencia de un país conmocionado por el asesinato de Kennedy, la guerra del Viet Nam, y los disturbios raciales.

La música popular ya nunca fue igual.

Los músicos que querían ser alguien comenzaron a escribir poesía para sus canciones. The Beatles, en primer lugar, los grupos de la costa oeste, y luego todos los demás se pusieron las pilas.

Strawberryfields forever no hubiese existido sin Dylan. Ni muchas otras.

Pero nadie tenía su talento.

Cuando la revista Rolling Stone reuníó a un panel de profesionales para determinar las mejores canciones de la historia, la que quedó en primer lugar fue precisamente Like a Rolling Stone, que paradojicamente, había marcado su ruptura con el folk y con sus seguidores de primera hora.

En Estados Unidos hace mucho tiempo que se le considera un poeta y no tanto un cantante pop y sus grabaciones son clásicos como Hojas de Hierba o Poeta en Nueva York.

Yo recomiendo a los que no hayan escuchado su obra que se den una vuelta por los múltiples archivos digitales que existen y escuchen, letra en mano, los quince primeros discos del cantor de Minneapolis.

Y que luego juzguen si eso no es poesía y si la fórmula poesía con música, de tradición tan antígua, no crea un impacto emocional de primera magnitud.

Reconocer que la Literatura no está solo en la fórmula papel impreso es un paso imprescindible para entender nuestro presente.

El mester de juglaría llevaba la palabra a la gente de la calle. La que no estaba en conventos que era por otra parte la única que leía.

Hoy, en un tiempo en que casi nadie lee, las canciones de Dylan han llevado la poesía a los oidos de más gente de la que nunca hubiesen supuesto Virgilio o Homero.

Claro que hay que entender un poco de inglés.

Y hay que comprender que el centro del mundo no está en Móstoles.


              

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