viernes, 7 de octubre de 2016

Mejor réir que llorar

La concesión del Nobel de la Paz a José Manuel Santos, Presidente de Colombia recientemente derrotado en un referendum innecesario, como todos los referendums, me hace pensar en el extraño sentido del humor que tienen los noruegos que son los que administran este premio.

Ya hace años premiaron a Obama en su primer año de gobierno supongo que por el hecho de ser negro, y ahora le dan el premio a Santos cuando en Colombia se preguntan cuando van a volver a empezar con los tiros y los secuestros.

Se lo podían haber dado a la nueva premier británica que quiere echar a los extranjeros de la verde Britania o al gobierno húngaro que tampoco es muy amigo de la mezcla racial.

O a tantos profesores de colegios e institutos que miran para otro lado cuando se persigue a alumnos débiles o malformados.

O a los descerebrados que cuelgan en internet sus proezas sexuales.

O a los islamistas que declaran su odio a occidente y sus depravadas costumbres.

En realidad, ¿de que sirve la paz?

Los fuertes siempre se han comido a los débiles, los poderosos siempre encuentran formas de hacernos saber que van a imponer su santa voluntad, y los que están abajo en la cadena alimenticia siempre saben que tarde o temprano de los van a comer.

La paz es como un intervalo inestable en medio de una normalidad depredadora.

Intentar mantener una paz eterna es como condenarnos a la muerte prematura ya que solo en los cementerios se alcanza tan bello objetivo.

¿O alguien se cree que en Colombia la firma de un papel va a cambiar la realidad de una sociedad escindida por diferencias económicas, sociales y raciales ?

¿O que la guerra de la droga va a detenerse por la desmovilización de las FARC?

¿O que el mundo iba a ser mejor de repente por la elección de un negro como presidente de los USA?

La violencia y la guerra siempre encuentran la forma de expresarse porque son consustanciales con nuestro equipaje genético y solo se detienen cuando se llega a situaciones de agotamiento que son siempre pasajeras.

Por eso el Premio Nobel de la Paz es solo un monumento a nuestra hipocresía.

Al menos, al estar en manos de los noruegos que son gente bien intencionada aunque un tanto ingénua y que además tienen la impresión de que Dios les ha elegido para darles un premio gordo en la loteria de la naturaleza, podemos confiar en que sus elecciones siempre tendrán un aire entre tierno e irónico como corresponde a un concepto tan mentiroso como es la paz.

Como en la misa católica que termina con un darse la paz entre personas que ni se conocen ni ganas tienen de conocerse, los noruegos nos ofrecen cada año su paz en forma de homenaje a lo políticamente correcto, ya sea en la figura de algún activista indígena que defiende derechos tribales imposibles, o de políticos que se empeñan en pasar a la Historia parando guerras que nadie puede parar.

Por lo menos seguro que a Santos le han dado una alegría después del sofocón.  

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