viernes, 23 de marzo de 2018

Convencer, manipular, engañar

En respuesta a mi anterior post sobre los sucesos relacionados con la actuación de la empresa Cambrigde Analytics, me propone un amigo que tenemos que intentar establecer los límites entre los términos "convencer", "manipular" y "engañar".

Dejando al margen las técnicas y tecnologías que se utilizan para gestionar ,otro término, la opinión pública efectivamente la cuestión es donde termina el convencimiento y donde comienza la manipulación y engaño. De todo esto estamos siendo testigos cada vez con mayor frecuencia.

Veamos en primer lugar lo que dice la Real Academia de la Lengua.

Convencer: Precisar a uno con razones eficaces a que mude de dictamen o abandone el que seguía. (Primera acepción).

Manipular: (Cuarta acepción) Intervenir con medios hábiles y a veces arteros, en la política, en la sociedad, en el mercado, etc., con frecuencia para servir los intereses propios o ajenos.

Engañar: (Segunda acepción) Inducir a otro a creer y tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes o fingidas. (Primera acepción) Dar a la mentira apariencia de verdad.

Como puede verse la Academia lo tiene bastante claro y a mi me gustaría que la legislación también lo tuviese, porque aunque existe el delito de calumnia, muchas veces las fronteras no están tan claras.

El marketing político ha entrado en una nueva era en la que las técnicas de micro-enfoque y micro-posicionamiento acompañadas de la capacidad de extraer información psicológica de cada persona a partir de sus perfiles de actuación en las redes han creado un campo de batalla en el que las líneas del frente están borrosas y ya es muy difícil saber en que campo está cada cual.

Es perfectamente lícito intentar convencer mediante los medios que cada cual juzgue oportunos. ¿O no?

Cuando nos bombardean en nuestro domicilios o en nuestra esfera virtual móvil con llamadas comerciales en las que nos intentan enredar para que nos hagamos un  seguro hablándonos muy deprisa para que aceptemos un periodo de prueba sin coste, ¿es eso lícito? ¿es eso legal?

Cuando las ONG se colocan en las plazas públicas y se dirigen a las personas de forma harto irrespetuosa (campechana dirían ellos) para lanzar un discurso culpabilizador, ¿es eso lícito? ¿es eso legal?

Cuando los partidos políticos nos reclaman el voto en base a programas ilusorios o en base a pintar a sus oponentes como demonios desencadenados a sabiendas de que no son peores que ellos mismos, ¿es eso lícito? ¿es eso legal?

Quiero decir que ni siquiera en el primero de los términos podemos estar seguros por más que teóricamente si deberíamos estarlo.

Todos sabemos que el término convencer ha sido invadido por los términos manipular y engañar. Es mas, yo diría que ha sido colonizado.

Damos por sentado que quien nos quiere convencer en realidad nos está manipulando y engañando.

La publicidad ha entrado en una fase, (hace ya tiempo), en la que en lugar de hablarnos del producto y sus ventajas, lo que hace es asociar productos y ensueños. Los coches no son buenos porque tengan un buen motor sino porque nos llevan a la felicidad. La ropa no es que siente bien sino que nos transforma en seres magnéticos. La comida no es que sea nutritiva sino que crea un espacio familiar ideal. Y así podríamos seguir.

Y el marketing político hace lo mismo: indaga en nuestras filias y fobias y las alimenta.

Y funciona: veanse los resultados de los últimos procesos electorales en el mundo.

Lo que ha triunfado no han sido posiciones basadas en la racionalidad. Han sido posiciones basadas en sentimientos muy primarios de odio a los otros, amor a los propios y desconfianza de los planteamientos intelectuales. Eso es lo que está ganando.
 
Así que el asunto se vuelve contra nosotros. ¿No será que hemos renunciado a la racionalidad y que lo único que buscamos es satisfacer nuestros instintos y conseguir placer? 

¿No será que hemos dimitido de nuestras obligaciones como ciudadanos?

Hablaba en el anterior post de los sofistas, esos filósofos griegos que fundaron escuelas para enseñar a hablar a los aspirantes a dirigentes y les fue bastante bien económicamente en la tarea.

Se trataba de enseñar a los aprendices de políticos como convencer mediante una hábil retórica.

Hoy día está claro que los políticos no necesitan esas habilidades. Vease el caso de Donald Trump, o el de Vladimir Putin. Apenas saben hablar. No necesitan hablar de hecho.

No lo necesitan porque no intentan convencernos de nada.

Lo único que necesitan es conectar nuestro miedos y pasiones con su liderazgo, y para eso no hace falta convencer, pero si manipular y en último término engañar.

Y por eso las campañas políticas ya no van de razonamientos ni de comparaciones de propuestas sino que van de emociones desencadenadas en torno a ideas primitivas de carácter tribal.

Y si van de eso es que eso es lo que funciona.

Me temo que es un poco tarde para iniciar un debate sobre la conveniencia de separar el arte de convencer del arte de manipular. Hace tiempo que hemos renunciado a que nos convenzan.

Me parece que ya solo queremos unirnos a la manifestación de los "nuestros".

Y por eso estamos dispuestos a permitir que nos manipulen y que nos engañen impunemente.       

2 comentarios:

Cristina dijo...

Triste y lamentable, pero cierto.
Existe algien que cree a los politicos aun?

Antonio Cordón dijo...

Creo que nos hemos resignado a que nos mientan y a que se salgan con la suya. No creo que haya nadie que se crea sus historias. Y sin embargo les votamos.