martes, 14 de junio de 2011

Son las instituciones, ¡idiota!

Alguna vez he reflexionado sobre las razones que hicieron que la crisis de los 30 se saldase en España con una guerra civil, mientras en otros países se quedaba la cosa en enfrentamientos o golpes de estado casi incruentos.

La situación era mas o menos igual en todas partes.

La oleada de destrucción económica de la crisis bancaria del 29 había dejado a millones de personas en el paro en un momento en que no había prácticamente cobertura social.

En esa situación, los movimientos políticos extremistas ganaban adeptos cada día, bien entre las filas de los desesperados, bien en las de los que creían que había una solución "mágica" y revolucionaria a sus desgracias y a la falta de elasticidad del sistema.

La revolución rusa había creado un espejismo ilusorio de redención para las clases mas desfavorecidas.

La derecha se había parapetado detrás de los movimientos fascistas y nacional-socialistas.

En todos los países europeos hubo graves enfrentamientos, pero solo en uno esos enfrentamientos terminaron en una guerra civil.

¿Cual fue la razón?

Pues que en muchos países triunfaron los movimientos fascistas por vías mas o menos democráticas, o por la desidia y la conveniencia de las derechas. (Alemania, Italia, Hungria, Rumanía, etc).

Y en otros, Reino Unido, Francia, los países nórdicos, Holanda, y otro pequeño etc, las instituciones sencillamente resistieron.

El ejército, la judicatura, la policía, el parlamento, supieron resistir las presiones de los que querían las soluciones "mágicas", y la cosa se quedó en unas cuantas huelgas generales, unos atentados anarquistas, y bastantes porrazos.

Cuento esto a raíz de la dimisión de magistrados del Tribunal Constitucional, una de esas instituciones que no deberían estar continuamente asaltadas por los partidos políticos y sus continuas peleas electorales.

Bastante a las claras está ya la cuestión de que dichos partidos solo buscan su provecho particular y no hacen absolutamente nada por los ciudadanos de a pié, para que encima contaminen con su mano retorcida aquello que debería estar por encima de los cortoplacismos y solo al servicio de eso tan complicado en España como es el bien común.

El hecho de que los partidos políticos lleven años sin ponerse de acuerdo sobre la renovación de dicho tribunal, de que lo hayan puesto en evidencia en asuntos tan clave como el estatuto catalán, y de que posiblemente hayan comprometido su buen funcionamiento para siempre, habla con claridad de la irresponsabilidad de nuestra clase política.

Irresponsabilidad que no es nueva, pero a la que hay que seguir diciendo basta ya.

Las instituciones son una de las pocas barreras que nos separan del enfrentamiento civil.

Son la única garantía de que los ciudadanos y su conjunto en forma de país o nación, están por encima de los intereses de Zapateros o Rajoys.

Por eso les gustan tan poco.

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