En la carátula de la serie británica sobre la segunda guerra mundial, "Apocalipsys", se ve una escena en la que soldados americanos cachean a unos soldados-niño alemanes en uniforme de las SS.
Los niños lloran y miran confusos a su alrededor.
No es que hayan perdido una guerra. Es que su sueño, su vida idealizada ha saltado hecha pedazos.
Ellos, los soldados de la raza superior han sido vencidos por una gente malencarada y multiracial.
Todos los supuestos sobre los que habían construido su personalidad han saltado en pedazos.
Ayer, al final del encuentro de la final de la copilla de Europa, los jugadores del Athletic Club de Bilbao lloraban de una forma muy parecida a la de los pequeños hitlerianos en el Berlin de la caida de los dioses.
Un equipo de mercenarios, encabezado por colombiano medio indio, y en el que había representantes de diez países y varias razas y subrazas, había machacado sin compasión a ese grupo de jugadores euskaldunes, crecidos en las umbrias de las vascongadas, y en el convencimiento íntimo de la superioridad de la raza, el equipo-familia, y el orgullo patrio.
Y lloraban porque no habían podido estar a la altura de las espectativas puestas sobre ellos por una sociedad, que está muy enferma, la vasca.
Sobre esos chicos se había echado el muy pesado manto de la defensa de la patria, y no habían podido con él.
Allí no se trataba de un partido de futbol, se trataba de reividicar un modelo futbolístico y social basado en valores que se han ido confeccionando a lo largo de un siglo por una serie de iluminados enfermizos, pero que han permeado al cuerpo social con mitos y leyendas de diferencia, originalidad y superioridad.
¿Como es posible que gente razonable no caiga en la cuenta de la peligrosidad de esas mitologías y del mal que causan cuando se siembran en las mentes de la gente sencilla?
Se me podrá decir que todo equipo de futbol tiene sus mitologías y que las masas se comportan igual cuando berrean a favor de los valores del Atlético que cuando lo hacen a favor de los valores del Athletic aranista.
La diferencia es la raiz ética de los unos y los otros.
No es lo mismo celebrar las victorias de los barrios populares de Madrid, donde todos tienen cabida, y cuya pertenencia está abierta a cualquiera, que la celebración del triunfo de quienes se definen por un territorio y una raza.
Ayer, como en la Olimpiada de Berlin ante el triunfo de Jesse Owen, se impuso la impureza a la pureza, y los mercenarios a los gudaris.
¡Cuanto me alegro!
jueves, 10 de mayo de 2012
Las lágrimas de la raza
Publicado por Antonio Cordón a las 20:44
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