sábado, 16 de febrero de 2013

El meteorito

Hay preguntas que necesitan cien años para ser contestadas, y ayer se contestó la pregunta que tantos rios de tinta ha hecho correr sobre el suceso de Tungushka en la primera década del siglo XX. La fecha es aproximada porque nadie lo vió excepto algúna pastor analfabeto de la zona que ignoraba en que año vivía.

El caso es que sobre Tungushka se ha dicho de todo desde el aterrizaje de una nave extraterrestre, hasta una explosión nuclear en un tiempo en el que no existían tales armas.

El gran círculo de árboles derribados siguiendo un patrón radial y el que en el centro de dicho círculo no hubiese un crater, ni restos de ninguna clase de material, era lo que mas intrigaba a los científicos y no digo nada de los para-científicos, que estudiaron el caso.

Hoy ya sabemos que fué la onda expansiva causada por la entrada en la atmósfera de lo que en aquel caso sería probablemente un gran pedazo de hielo.

Otros misterios, como las terrazas de Baalbek, o los dibujos de Nazca, siguen dando pábulo a interpretaciones mas o menos legendarias, pero seguramente tarde o temprano se explicarán, y la explicación no será la de Von Daniken, ni otros que se han ganado muy bien la vida con los "platillos volantes".

Ahora bien, el incidente de ayer en los Urales, nos tiene que enseñar la fragilidad de nuestro montaje planetario, si es que las explicaciones sobre la bio-esfera todavía no han calado en las mentes de tanta gente.

Estamos realmente viviendo en una gran roca que viaja por el espacio, rodeados de millones de otras rocas, y vivimos gracias a una fina capa de aire que nos protege de las radiaciones solares y de las miles de rocas que nos visitan cada año.

Cuando cae una gorda de verdad, y sabemos que ha ocurrido varias veces, el impacto en la vida es radical.

Miles de especies desaparecen y otras progresan y evolucionan.

En entornos de esta magnitud, las preocupaciones que nos agitan tanto cada día parecen una nimiedad, y sin embargo seguimos apegados a ellas como si realmente tuviesemos el gobierno de nuestras vidas.

Las imágenes de ayer de esas oficinas o el gimnasio, alterados en su rutina cotidiana por un fenómeno absolutamente inesperado, aunque completamente natural, son una metáfora de la vida misma.

Creo que una de las grandes revoluciones pendientes de este siglo digital es precisamente la conciencia de la naturaleza.

Y no como  un elemento ornamental de la política de RSC de las empresas, sino como una nueva religión.

Nuestro reino si que es el de este mundo, y mas vale que nos dejemos de gilipolleces y aclaremos cuales son nuestras prioridades.

El liberalismo económico está muy bien, pero ya va siendo hora de que el viejo dicho de "con las cosas de comer no se juega", se convierta en un nuevo mandamiento de las Tablas del Sinaí.

Cuando las escribieron el mundo paracía muy grande.

Ahora sabemos que no lo es. 

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