martes, 3 de febrero de 2015

En el reino de la mentira

Ayer asistí a una reunión de un grupo de personas que estamos intentando poner en marcha un "articulista colectivo" para defender las posiciones de la sociedad civil en su permanente lucha por resistirse a los omnímodos poderes de los estados.

Así en términos generales es sencillo hablar de malestar por el "actual estado de las cosas", pero cuando te pones a pensar en términos concretos ya no es tan fácil.

Dando vueltas a posibles temas se nos ocurre que el de la mentira es uno de los que más posibilidades ofrece, toda vez que como vemos continuamente, no solo nuestra clase política, sino el conjunto de la sociedad consideran que la mentira es un recurso dialéctico como la metáfora.

Alguno de los tertulianos apunta que esa característica de nuestra sociedad proviene de la herencia árabe, ya que en esa cultura la mentira es virtud y señal de inteligencia y nadie comprendería que en una conversación de negocios o de política se hablase desde la verdad o que un documento escrito y firmado tuviese que ser tomado en serio.

Otros apuntan mas bien a la estructura mental que nos proporciona el catolicismo y que tan diferente es de la que proporciona el luteranismo o el calvinismo.

En este sentido apunta otro de los intervinientes que esa diferencia estriba fundamentalmente en la consideración que se hace de la palabra escrita en las culturas protestantes que precisamente basan su idiosincrasia en el hecho de leer directamente las Escrituras y aplicarlas estrictamente, en lugar de lo que hacemos los católicos a quienes se nos explican esas escrituras desde el púlpito y según quien las explique tienen uno u otro valor.

Yo puedo añadir las perplejidades que he tenido la ocasión  de presenciar cuando personas de mente luterana se enfrentan al hecho de que sus interlocutores de mente católica no dan ningún valor a documentos firmados por ellos mismos.

Aquí se entiende que los documentos escritos solo significan que en el momento en que se firmaron servían a un propósito, terminado o caducado el cual dejan de tener validez. No tienen carácter de compromiso futuro. No son vinculantes.

Viene todo esto a propósito de los programas electorales con los que nos van a bombardear o nos bombardean ya, y que como dijo D. Enrique Tierno Galván, que era un señor que descubrió de mayor los placeres del gobierno y se divirtió mucho a costa del bajo nivel intelectual de los que le rodeaban, los programas electorales se escriben para no cumplirse.

Se miente en los programas, se miente en la exposición de las realidades de la nación, se miente en relación a las corruptelas y componendas, se miente en los curriculums, se miente en las intenciones y se miente en las explicaciones.

Se miente desde la Presidencia de Gobierno y se miente desde la barra del bar.

No se si la razón de tanta mentira y de tanta aceptación del mentiroso es la herencia árabe, (me parece que D. Nicolás Sánchez Albornoz se retorcería en su tumba si lo aceptamos), o se trata de un rasgo cultural basado en la religión.

El caso es que uno de los ajustes estructurales que deberíamos llevar a cabo en el país es este: la educación para decir la verdad y el repudio del mentiroso.

¿Sería posible?



 

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