lunes, 27 de abril de 2015

Los jinetes del Apocalipsis

La actualidad de estos últimos tiempos parece sacada del Apocalipsis de San Juan: barcos llenos de refugiados que se hunden en el Mediterráneo, gentes que nos parecían honestas y que resultan súcubos de Satán, asesinos múltiples que viven en la puerta de al lado, volcanes que explotan y lanzan nubes de humo que cubre miles de Km. cuadrados y ahora otro terremoto en Nepal que arrasa ese extraño país que en una estrecha franja de terreno comienza en junglas y acaba en cumbres de ochomiles.

Sin olvidar las epidemias todavía en marcha, la guerra interminable de las drogas, los asesinatos en colegios, los secuestros en masa, las guerras sunníes-chiíes, el cambio climático y el año electoral en nuestro país.

Todo calamidades que parecen rodearnos por todas partes y aconsejarnos no salir de casa.

Pero ni ahí nos deja en paz Hacienda que con la mirada inquisidora del Gran Hermano orwelliano, nos acusa de mentir y robar y nos amenaza con llevarnos presos del agarrados por el cogote para burla y escarnio del transgresor.

Siento de verdad los destrozos causados por el terremoto.

Aunque suene como una barbaridad, los miles de ahogados, asesinados, torturados, secuestrados, sepultados y desaparecidos se perderán en el olvido, como ha sucedido siempre con la Humanidad, que otra cosa no tendrá pero si una capacidad de regeneración y crecimiento que ha superado a los mayores asesinos, plagas, catástrofes o matanzas.

¿Quién se acuerda de los armenios asesinados en 1915?

Solo se recuerda la efemérides y en su nombre se hacen discursos y se escriben libros, pero todas aquellas vidas truncadas se han ido al olvido como se irán las niñas secuestradas por los terroristas islámicos de Kenia, Nigeria o Sudan.

Y como se irán los africanos y sirios o iraquíes que se fueron al fondo del Mare Nostrum y de los que ni siquiera sabremos los nombres.

Pero los templos nepalíes que se han derrumbado estos días, esos si que no volverán.

Siento una gran pena por todo ese arte milenario que llenaba las plazas de Katmandú y que era como un milagro en medio de la terrible polución atmosférica de aquella ciudad, de la pobreza renegrida y de la resignación de las muchedumbres.

Se que las familias afectadas sufrirán sus pérdidas, y que quedarán miles de huérfanos vagando por las calles. Se que la pobreza se afilará y que una de las únicas fuentes de ingresos que son los turistas, dejará de manar.

Será como si los dioses antiguos hubiesen abandonado definitivamente los valles del Himalaya y como si Sidharta Gautama nos dijese: "Ya os dije que lo mejor es hacerse insensible al sufrimiento renunciando a cualquier goce de los sentidos".

Siento que ya no se puedan volver a contemplar aquellos recintos que no eran tan solo un monumento sino que seguían siendo lugares de culto.

Tal vez se reconstruyan con el tiempo pero no serán los mismos.

La gente si se recuperará.

¡Que son tres mil o cuatro mil difuntos en un océano de gentes que se reproducen sin ton ni son!

Mil doscientos millones de personas pueblan el subcontinente indio.

A lo mejor es la fuerza de esa ingente muchedumbre la que ha empujado la placa tectónica hacia la otra gran masa humana, la de los mil millones de chinos, que miran desde detrás de la atalaya del techo del mundo.

De verdad que parece que se está acabando el mundo.      

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