sábado, 1 de abril de 2017

Casandra y el almirante

¿Que necesidad teníamos los ciudadanos de este atribulado país de conocer a la tuitera Casandra?

¿A que autoridad de nuestro Estado se le ha ocurrido la feliz idea de convertir a una persona absolutamente irrelevante en un mártir de la libertad de expresión?

¿A que viene ahora asimilar el magnicidio del Almirante Carrero con el terrorismo sufrido por este país y sus ciudadanos a lo lardo del periodo democrático?

¿Deberíamos tener cuidado si hacemos comentarios jocosos sobre los asesinatos de otros ilustres españoles, como aquello que se decía de "a mi Prim"?

¿Deberíamos aprovechar esta ocasión para tratar de dilucidar que está amparado por la libertad de expresión, que es consustancial a la democracia, y qué no lo está?

¿Por qué es tan difícil en España estar de acuerdo en algo así?

¿Quien está haciendo todo lo posible por favorecer a Podemos en los círculos del poder?

¿Será verdad lo que dice Federico Jiménez Losantos de que Podemos es la marca blanca del PP?

La tuitera Casandra es un personaje de la marginalidad de los que siempre ha habido en España y que oscilan entre el desgarro visceral y el sentimentalismo de mesa camilla. No creo que tenga ninguna trascendencia ni capacidad para resultar una amenaza para la democracia. Sencillamente es más un personaje de comic que otra cosa, y no hubiese salido de círculos de amiguetes de no ser por una denuncia absurda y una condena todavía más absurda.

La libertad de expresión es un artefacto que solo puede regularse mediante el sentido común.

Nadie puede especificar todas y cada una de las lineas rojas que no se deben cruzar y por ello, o existe un consenso social claro sobre lo que rebasa esos límites o se permite cualquier transgresión puramente verbal.

En España no existe ese consenso, como existe en Alemania en torno al holocausto, por ejemplo.

Allí se puede regular cualquier transgresión de esa linea roja en particular, pero aquí se ha pretendido marcar los límites en torno a la cuestión del terrorismo, porque parecía que había consenso social suficiente, sin marcar a su vez los límites de esa actividad terrorista.

¿En que punto la historia deja de ser presente para convertirse en Historia?

¿Era Viriato un terrorista?

¿Y Juan Martín el Empecinado?

¿Y los maquis antifranquistas?

El delito de enaltecimiento de la actividad terrorista y de desprecio a las víctimas debería estar para lo que está, es decir para impedir que los independentistas violentos campen por sus respetos,...ahora.

El almirante Carrero es un personaje de nuestra Historia que todavía no ha sido convenientemente estudiado. Es más, ha sido condenado al olvido, por los unos y los otros, cuando jugó un papel bastante importante en la España del desarrollo.

Su asesinato fue un magnicidio. Tal vez incluso podríamos decir que fue un tiranicidio.

Pero eso no lo podemos dejar en manos de Casandra y los payasos de Podemos.

Es materia para los historiadores.

 
  


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