Un fantasma recorre el mundo. Es el fantasma de la protesta.
Protesta, ¿contra qué?. ¿Contra quien?
Y sobre todo, ¿para qué?
Hace cuarenta años se popularizó un término, el de canción protesta, que se asignaba a los que por entonces agarraban una guitarra y se ponían a cantar melopeas diversas.
Era en Estados Unidos, donde la guerra de VietNam generó una contradicción insoportable para una sociedad que vivía una apoteosis del consumo y el bienestar y tenía que enviar a sus hijos a un conflicto del que nadie entendía una palabra. Que veía como persistían lacras como la segregación racial a la vez que se enviaban hombres a la Luna.
Y Bob Dylan, Pete Seeger, Peter, Paul & Mary, Phil Oschs y otros pusieron música a un movimiento que luego siguió en las calles de Paris y de Praga, y que terminó con la crisis del petroleo en los años setenta.
El problema era que al contrario de los movimientos políticos de los años treinta y anteriores, el movimiento de los sesenta era bienintencionado pero carecía de objetivos.
Y sobre todo carecía de una organización que como el Partido Comunista en la primera mitad del siglo XX, se situara en vanguardia de la revolución para conducirla.
Dado el lugar al que condujo el Partido Comunista a las revoluciones de esos años, mejor hubiese sido que no hubiera existido, pero en términos utilitarios, toda revuelta o propuesta que carezca de unos objetivos claros y de una organización que sepa maniobrar para alcanzarlos, está condenada a perderse en frustraciones de todo tipo.
Y eso está pasando con las actuales oleadas de protesta.
En los países musulmanes, como la única organización civil que existe es el islamismo, ese será quien se lleve el gato al agua, pero en occidente, el descredito de la política hace muy dificil que surja una alternativa al sistema que nos gobierna.
De hecho el Quinceeme ya se ha convertido en un movimiento antisistema, de corte anarcoide-"fumao", y nula capacidad de movilización real. (Vease el resultado electoral no solo en España sino en cualquier país europeo).
Y sin embargo el malestar es real, como lo son sus causas.
El sistema económico está fracasando en una materia que es absolutamente crítica que es la de permitir la distribución de una parte de riqueza entre la población.
Al desaparecer la posibilidad de tener un sueldo, desaparece la capacidad de consumir y en definitiva la esperanza de mejorar, que es lo que nos permite asumir la vida en un mundo en el que alcanzar un determinado confort es la máxima aspiración.
El que la civilización de consumo deje al margen a partes crecientes de población a la vez que una minoría se enriquece y se vuelve ostentosa, es una situación potencialmente peligrosa e inestable, que no tiene antecedentes desde los años treinta.
Lo que diferencia esta situación de aquella es que entonces se podía creer, y se creía, que existían alternativas al sistema.
Hoy no existen alternativas.
El joven que protesta hoy no tiene posibilidad de encuadrarse en una organización que plantee líneas de acción y coherencia.
Solo tiene la compañía de otros miles que están en su misma situación.
Y con ellos marcha, ¿pero hacia donde?
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Protestones del mundo, ¡Unios!
Publicado por Antonio Cordón a las 17:43
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