Hace unos días un alud se llevó por delante un campamento de montañeros en el Himalaya nepalí, y todavía están intentando encontrar los cadáveres de los que no aparecen.
El caso es que había ¡40! expediciones intentando subir a la vez un pico que ya se ha cobrado un número importante de víctimas.
Al tiempo, en las calles de Madrid, grupos de aficionados al terrorismo callejero, o "kale borroka", se enfrentaban a la policia que, igualmente subida en el caballo de Santiago, cargaba contra los revolucionarios y otros cabreados con gran entusiasmo.
La subida al Kilimanjaro ya es como una romeria con puestos de ropa, comida y supongo que pronto churros y porras.
Nadar con tiburones es una excursión que entra en el paquete del viaje organizado, y finalmente al presentador Carlos Sobera, "casi" le atropella un elefante en Tanzania.
No cuento los que se tiran desde los puentes cada fin de semana, los que bajan los "rápidos" en canoa, o los que bajan la ladera del Mont Blanc en patinete.
Tampoco los que se tiran a la piscina desde el balcón del hotel en Torrevieja, ni los que en Moscú saltan de edificio en edificio.
Tales muchedumbres de héroes y aventureros, unidas a los miles que practican el "turismo solidario", o el salvamento de la cabra etiope, me llevan a pensar en cual es la razón de tanto atrevimiento.
Y se me ocurren varias cosas.
La primera es que con tanta película de acción donde el héroe, o heroina, pasa por peligros de muerte cada minuto, y a veces menos, saliendo siempre indemne, o todo lo mas despeinado, la gente cree verdaderamente que de cualquier cosa se sale y que pase lo que pase al final habrá un final feliz.
La segunda es que la gente está tan aburrida y tiene tantas ganas de sobresalir en algo que harían cualquier cosa por salir en el telediario, o por que su odisea tenga seguidores en Facebook.
La tercera es que la humanidad tiene un mecanismo interno de corrección de la superpoblación y habiendo pasado el límite de gente sobre el planeta, nos está entrando un virus de autodestrucción.
Sentimos a la vez una angustia tremenda por no poder asegurar nuestras vidas en términos económicos y un deseo contradictorio de poner en peligro nuestra seguridad personal.
Y a la vez hacemos todo lo posible por matarnos con el coche o la moto, y nos proclamamos pacifistas noalaguerra de toda la vida.
¿No sería mejor que todas esas ansias de peligro fuesen utilizadas para una buena guerra?
Y digo buena en el sentido de gorda, no de santa.
Por ejemplo el Sahel me parece un sitio estupendo para llevar a todos estos aventureros extremos, para que allí se enfrenten a las hordas de Al Queda, y se resuciten las aventuras de la Legión Extranjera, o las luchas de los ingleses contra el Mahdi sudanes.
Esta sería una guerra perfecta ya que en el Sahel no hay nada, y por tanto no se trata de luchar por los sórdidos intereses de las multinacionales, sino de una lucha desinteresada contra unos salvajes que maltratan a las mujeres. (Esto sería un plus para los expedicionarios, salvar a las chicas sahelianas).
No comprendo como a nadie se le ha ocurrido esta brillante historia que tanto haría por reducir el desempleo juvenil, y por encauzar tanto ardor guerrero que hoy se desperdicia saltando balcones o conduciendo borracho.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Aventuras extremas multitudinarias
Publicado por Antonio Cordón a las 11:55
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