lunes, 20 de mayo de 2013

Videla

Estuve en Argentina durante la dictadura de Videla.

Ya había pasado lo peor de la represión y el país parecía tranquilo.

Yo llevaba mis prejuicios europeos y españoles, y por tanto pensaba que lo que había ocurrido habría sacudido el país y la sociedad argentina como lo hizo la guerra civil y la dictadura franquista.

Pero no me encontré esa sensación.

Las personas con las que hablé, en Buenos Aires y en Córdoba eran informáticos o ingenieros, y por lo tanto muy parecidos a mi mismo, y vivian igualmente de forma bastante parecida.

Pero no mostraban indignación por lo ocurrido. No hablaban de las desapariciones o de crímenes de forma como me hubiera parecido a mi que debían hablar.

En Córdoba, en una gran empresa eléctrica que es a donde yo había ido a impartir un curso, me contaron, tras mucho insistir por mi parte que allí en aquella empresa había desaparecido una persona. Le habían visto por última vez en la parada del autobus y luego nada.

Pero no parecían sentir mucha simpatía por esa persona.

Mis compañeros en Buenos Aires fueron mas lejos. Concretamente mi colega de formación, que también daba clase en la Universidad, me contó que la gente, supongo la gente de su entorno había recibido a los militares como liberadores tras vivir una situación que se consideraba insostenible. (El gobierno de Estela Perón).

Me contaron que no se podía andar por las calles, que en la universidad las clases estaban permanentemente suspendidas, que el terrorismo se había adueñado de la vida de la gente "normal" y que algo había que hacer y que los únicos que podían hacerlo eran los militares.

Yo no daba crédito a lo que escuchaba y me miraban como si yo fuese un marciano que no comprendía cosas tan elementales.

Luego vino lo de las Malvinas, la econoía se precipitó al desastre y llegó la democracia y con ella los juicios.

Y en los juicios comenzaron a contarse las atrocidades cometidas en los centros de tortura, como la Escuela Mecánica de la Armada, los vuelos de la muerte para arrojar detenidos todavía con vida al estuario del Mar del Plata, los robos de bebes, y un largo rastro de horrores.

Y en el banquillo se sentaron los generales, y Videla fué condenado.

Y yo me pregunto, ¿apretó Videla el gatillo alguna vez?

Y ¿donde están los que lo apretaron?

Videla, (y muchos otros), decidieron soltar a los perros, y esa es su culpa.

Pero los perros están entre nosotros.

Eso es lo que se aprende de todos y cada uno de estos procesos.

El mal anida en mucha gente y cuando se pone en marcha el mecanismo que permite que gente normal se convierta en el perro que lleva dentro, las consecuencias son inevitables y terribles.

Muerto Videla se acabó la rabia.

No.

Los perros siguen sueltos.

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