Las únicas huelgas que producen un fuerte impacto sobre los ciudadanos son aquellas que interrumpen aquello que damos por asegurado: el transporte público, los suministros básicos y las limpiezas.
A nadie le preocupa lo que gana un barrendero o en que condiciones trabaja. Lo único que queremos es que la calle esté razonablemente limpia y que se vacíen las papeleras.
El Ayuntamiento de Madrid, supongo que como otros ayuntamientos, hace tiempo que decidió que no merecía la pena tener empleados públicos para hacer esas tareas y se las encargó a empresas especializadas en subcontratación. Nada que objetar.
Lo malo es que a continuación comienza el ciclo de las reducciones del dinero que nos queremos gastar en esos asuntos, y se comienza a apretar a esas empresas.
A su vez estas trasladan la presión a los trabajadores, y comienza un ciclo infernal en el que los que salen perdiendo son los que tienen que recibir los servicios.
Y eso no solo ocurre en las cuestiones de servicios de limpieza.
Todo lo que se subcontrata, de acuerdo a una lógica de gestión impecable, se convierte automáticamente en un objeto sobre el que aplicar la técnica de la bota malaya.
Bajo el lema "leña al mono hasta que hable inglés", se aprieta a los subcontratistas hasta que sudan sangre, con la peregrina idea de que el margen de mejora es infinito.
Naturalmente esto no es así y eso se nota en la calidad de los servicios que reciben los ciudadanos a cambio de sus impuestos.
Impuestos que no solo no disminuyen, sino que crecen sin parar.
En España nadie parece comprender que no se puede apretar a las subcontratas cada año para paliar los defectos de la gestión o los vaivenes del mercado a base de estrujar los magros márgenes de unas empresas que para sobrevivir tienen que mutar en esclavistas o en kapos nazis de trabajos forzados.
Y sobre todo hacer como la alcaldesa de Madrid que después de estrujar a sus subcontratistas de limpieza como si fuesen de blandiblup, dice que la cosa no va con ella, "que es cosa de empresas particulares".
Aquí los únicos que no se reducen ni se aprietan son los políticos, que cada vez tienen más pinta de inútiles, enchufados e incompetentes.
No simpatizo con los que están dejando Madrid como un estercolero, o los que impiden la salida de los autobuses, o fuerzan el cierre de tiendas. Son unos salvajes.
Pero tampoco con los que llevan a la gente a la desesperación y luego se esconden en métodos de gestión y prácticas liberales.
Este país no se puede permitir ni a los salvajes ni a los hipócritas.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Basura física e intelectual
Publicado por Antonio Cordón a las 11:43
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario