Cuando era un niño, la celebración del día del llamado "Domund" tenía un encanto especial relacionado con unas huchas de barro que representaban las "razas humanas". Había un chino con su gorro cónico y su coleta, un piel roja con sus plumas, y un africano con sus rizos.
Para cualquier niño, salir a la calle a pedir contribuciones con una de aquellas huchas que debían ser propiedad de la Iglesia, era un gran logro. (Yo no lo conseguí nunca).
El caso es que por entonces todos estábamos convencidos de que había efectivamente razas distintas en la Humanidad: los rojos, los amarillos, los aceitunados y los negros, además de los blancos, que éramos nosotros, entre los que había los rubios y los morenos.
Y había interpretaciones, inclusos sesudas y respetables, sobre las características de cada una de esas razas.
Por ejemplo, los amarillos eran "laboriosos", y los negros "atléticos". Los blancos eramos inteligentes.
Pero luego llegaron las teorías que refutaban esta historia de las razas y venían a decir que todos los humanos éramos iguales, hijos de una eva común, y que las diferencias de color eran una tontuna.
Lo bueno de la ciencia es que la verdad dura lo que dura y ahora los que estudian el genoma humano han descubierto que efectivamente lo de las huchas del Domund tenía fundamento.
Porque resulta que los blancos y amarillos somos diferentes de los negros.
Nosotros tenemos una parte de Neanderthal, y además esa parte se concentra en la piel y en el pelo entre otras cosas.
¡Cáspita! Resulta que los nazis algo de razón tenían, aunque llevasen las cosas un poco lejos en materia de eugenesia.
Y también tenían razón los británicos que rehusaban a tener trato con los "indígenas" de diferentes colores.
El caso es que era bastante obvio que somos distintos pero la ideología buenista imponía una barrera que impedía decirlo. Aun así me maravillo que estas cosas se publiquen en El País, diario de orientación buenista radical, donde la igualdad es el paradigma de todo lo bueno: entre hombres y mujeres, entre ciudadanos ante el estado, y entre blancos y negros, aceitunados, pieles rojas y demás.
La cuestión es ¿no podríamos ser diferentes sin necesidad de tirarnos los trastos a la cabeza?
¿No podríamos admitir que la diferencia no es algo malo y que la desigualdad algo enriquecedor?
A mi el que seamos diferentes no me lleva a querer meter a los demás en campos de concentración ni a pasar por delante de ellos sin verlos. Me lleva a querer saber más.
Y espero que las investigaciones sobre el ADN nos vayan proporcionando cada vez más datos sobre quienes somos, que enfermedades somos proclives a desarrollar, y más lejos aún, si podemos ser malos de nacimiento.
Por lo demás, me gusta ser un poco Neanderthal.
Ya decía yo que algunos que veo a mi alrededor no podían ser descendientes del Homo Sapiens-Sapiens.
jueves, 30 de enero de 2014
Las razas humanas
Publicado por Antonio Cordón a las 11:54
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario