Interrumpo mi sestear veraniego ante los movimientos inquietantes que sacuden el mundo en este agosto que ya es histórico.
En primer lugar está la cuestión financiera, que merece por si misma un análisis de la jungla, y en segundo lugar las revueltas antisistema que nadie sabe como explicar si no es en clave de descontento sistémico.
La crisis financiera amenaza por si sola con llevarse por delante el sistema completo y a mi me sugiere que los mismos mecanismos que se pusieron en marcha en los años ochenta del pasado siglo para acabar con el mundo socialdemócrata surgido después de la guerra mundial, se han puesto de nuevo en marcha para terminar la faena.
Bajo capa de "independencia" y "transparencia", las agencias de calificación, como antaño los analistas financieros, nos están apuntando a que clase de mundo quieren.
Es decir, un mundo en el que las actividades económicas puedan desarrollarse sin traba alguna, y en el que cada cual deberá cuidarse por si mismo.
Las reformas de los años ochenta, liberalización, privatización, globalización, y valor para el accionista, acabaron con el largo plazo empresarial y con la noción del empleo estable.
Los analistas financieros se encargaron de penalizar severamente a aquellos capitanes de empresa que se saliesen del guión.
Lo que contaba era el resultado del siguiente trimestre, el reparto de dividendos al final de año, y el aumento del valor de la acción.
Adiós a la investigación y adiós a los sueldos altos para los empleados y obreros.
Viva la fabricación en China y viva la innovación, o sea mejorar los procedimientos para hacer mas con menos (gente), y genera mas beneficio para unos accionistas cada vez mas remotos.
Ahora, con las consecuencias todavía vivas de todo aquello, es decir un alto desempleo y el continuo declive de las clases medias, viene el siguiente derrote: acabar con los sistemas de cobertura social.
¡Hay que reducir el déficit!. ¡Hay que recortar el gasto público!
Y al que no se ajuste al guión, palo tras palo.
La gente se cabrea, sobre todo si se ve afectada por la "ortodoxia económica", en forma de reducciones salariales, de pensiones, co-pago sanitario, cierre de prestaciones, etc.
Y vienen las violentas sacudidas en forma de revueltas, que unas veces son de las clases medias, como en España o Israel, y otras de los habitantes de los suburbios como en el Reino Unido o Francia.
Seguramente los ortodoxos de la economía tienen razón.
Seguramente los de Moodys y Standard & Poor dicen lo que tienen que decir a la vista de los datos y siguiendo el librito de las reglas del mercado.
La cuestión es: ¿a donde nos conduce tanta ortodoxia?
¿De verdad vamos a terminar en una sociedad en la que una minoría lo tenga todo y la mayoría no tenga casi nada?
¿Alguien tiene algún plan?
martes, 9 de agosto de 2011
Looting London
Publicado por Antonio Cordón a las 10:04
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