martes, 30 de junio de 2015

Un poco de filosofía griega

Hace unos dos mil quinientos años, año arriba año abajo, había una serie de ciudades en la costa de lo que hoy es la Anatolia turca, que habían sido fundadas y pobladas por marinos y mercaderes griegos al objeto de comerciar con oriente.

Aquella gente era de estirpe práctica y como diríamos hoy, mas bien laica.

Así que no les satisfacían las explicaciones que habían heredado de sus padres en relación a como funcionaba el mundo y se pusieron a observar la naturaleza a ver si las tormentas se podían predecir o si eran un capricho de los dioses.

Luego, una vez que rompieron a pensar y a darse cuenta de que todo aquello de los dioses era un camelo, ya no pudieron parar.

También inventaron el teatro, que por entonces se denominaba tragedia y que consistía en explicar a la plebe los grandes misterios de la vida a través de sucesos arquetípicos narrados por actores en medio de un anfiteatro.

Para que la gente no perdiese el hilo, había un grupo de personas que formaban el coro y que tenía la misión de explicar lo que estaba pasando para que no hubiese lugar a dudas.

También los griegos, llegado el momento, se enfrentaron a los persas que querían impulsar una forma de vida antigua y que si llegan a tener éxito Europa no hubiese existido.

A estas alturas, y sin que haya un coro que nos lo explique, ya sabemos a donde quiero llegar: los griegos se merecen un respiro.

Es verdad que los griegos de ahora están muy lejos de Pericles y Alcibiades, y de Aristóteles y Platón.

Que tienen un país absolutamente inviable y con un estado corrupto y mentiroso.

Es verdad que los viejos valores de la democracia ateniense quedaron anegados en la necesidad de sobrevivir a árabes y turcos durante casi quinientos años.

Y que mienten mas que hablan.

Pero a ver, si fuésemos nosotros el actual presidente griego, señor Tchiripas, y hubiésemos llegado al poder en base a prometer a los electores que no pagaríamos la deuda contraída, (libremente por cierto), ¿como iríamos ahora a decirles que no hay mas remedio que pagar?

El señor Tchiripas ha debido recordar a Anaximandro, cuando discurrió aquello de "el hombre es la medida de todas las cosas" y habrá discurrido "si aceptar el trato es malo para mi, no puede ser bueno para Grecia".

Y después, ayudado por su ministro calvo Barufakis, se habrá puesto a diseñar una tragedia como las de Sófocles, en la que el coro corea en la noche tenebrosa: "los griegos no pagarán".

Mientras, la señora Laffargue y la Comisión Europea, que van a las reuniones creyendo que de lo que se trata es de pactar condiciones, se encuentran con que los griegos lo mismo ríen que lloran, y con que van y vienen de Atenas a Bruselas poniendo caras muy serias aunque en realidad no están hablando de economía sino que están declamando a Euripides.

Pero como Heráclito sabía, "nadie se baña dos veces en el mismo rio ni nadie acude dos veces a la misma reunión", y los griegos siempre empiezan cada ronda como si todo lo que se hubiese dicho en la anterior hubiese desaparecido hubiese sido aire.

Y los europeos se mosquean pero van dando a los griegos cuartelillo, o sea, dinero para que se lo vayan gastando.

Ahora, los griegos dan paso al coro una vez mas y en forma de referéndum, para entonar el "no pagaremos", y la tragedia avanza un poco pero sin llegar la sangre al rio.

Los actores se preparan para seguir con la tragedia que no es otra que la de aquel sofista que demostraba que por mucho que andemos nunca llegamos dado que la distancia inicial que nos separa de aquel siempre puede subdividirse en dos de forma indefinida.

Al final, el destino siempre alcanza no obstante al destinatario de la furia de los dioses, pero mientras tanto, ¿quien nos quita este espectáculo deslumbrante de unos saltimbanquis tomando el pelo al mundo entero?

Los griegos no pueden pagar y por mucho que les estrujemos el gaznate no vamos a conseguir que por esas gargantas surja la ambrosía dionisiaca.

Tal vez la próxima vez, los que prestaron con tanta alegría pensando en sus bonus, se acordarán de Aristóteles y se olvidarán de creer en las historias de la fantasía y mirarán mas a las cuentas terrenales.

¿Recibirán esos alegres prestatarios la orden de suicidarse con cicuta por haber llenado de locas ambiciones las mentes de tanto retrasado mental como circula por las polis del mundo?    

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