domingo, 3 de abril de 2011

El caso islandes

Islandia es una especie de berruga surgida en el Atlántico norte como consecuencia del choque de las placas euroasiática y americana.

Allí viven unas trescientas cincuenta mil personas en unas condiciones climáticas francamente mejorables, que se ven empeoradas por la realidad geológica del lugar, realidad que se manifiesta de vez en cuando en forma de erupciones volcánicas, ríos de lava ardiente, glaciares derretidos, etc.

Una de las tradiciones literarias del país la forman los libros dedicados a la desaparición de personas en tormentas de nieve (reales), es decir personas a las que pilló una tormenta y de las que ya nunca se volvió a saber nada, ni se encontró tan siquiera su cadáver.

La gente vive en las costas y hasta hace relativamente poco era imposible comunicarse de una parte a otra de la isla, una vez que la gran noche invernal se desencadenaba. Ahora hay una carretera de circunvalación, y las cosas han "mejorado".

Durante la guerra mundial, los americanos se instalaron cómodamente y medio colonizaron el país, que había sido colonia danesa, así que cuando llegó la revolución conservadora de Reagan y Thatcher no es de extrañar que Islandia se convirtiese en el laboratorio de la des-regulación, la liberalización y la privatización.

Y así, un país de pescadores de bacalaos se convirtió en un país de servicios financieros.

Y les fue de cine.

El dinero de las operaciones "off-shore" de la banca inglesa, americana y otras inundó el país.

Con el dinero llegaron los grandes modistos, chefs, diseñadores gráficos, y otros gurús de la post-modernidad.

También llegaron los grandes sueldos, los cochazos 4x4 (enormes), las motos de nieve, los barcos de recreo, las viviendas de diseño, y los trajes de Armani.

La banca islandesa ofrecía tipos de interés del 15% y la banca holandesa e inglesa ofrecía a sus clientes "premium" los bonos islandeses. El dinero fluía pero las garantías menguaban, y cuando los bonos indexados a las hipotecas basura se hundieron, la banca islandesa tuvo que declararse en quiebra.

De repente los islandeses se despertaban de un sueño de las mil y una noches con una deuda de un tercio de su PIB, deuda contraída fundamentalmente con ingleses y holandeses.

El Reino Unido reclamó la deuda y el gobierno islandés accedió a pagar, pero los islandeses dijeron que de eso nada en referendum.

Cayó el gobierno y el nuevo ordenó perseguir judicialmente a los empresarios, banqueros y políticos causantes del desastre. Gente con nombre y apellidos que se había lucrado jugando a la ruleta con los dados trucados de su conocimiento y el dinero prestado por ellos mismos.

Ahora los islandeses están volviendo al bacalao y al viejo sistema de la regulación y la nacionalización, mas cerca de su pasado danés que del espejismo americano.

Pero la enseñanza es obvia.

¿No es lo mas razonable encausar y meter en la cárcel a los que causan desastres públicos, lo mismo que encausamos a los ladrones de bancos?

¿No es lo mas razonable exigir a políticos y dirigentes empresariales responsabilidades reales y no solo políticas?

Yo no sé si los islandeses echarán de menos los menús de Ferrán Adriá, ahora que tienen que volver a la dieta de ballena y carne de caballo, (yo casi lo prefiero francamente), pero al menos han dado una lección de dignidad y de coraje cívico, que justifica el carácter rocoso que se les supone a gentes capaces de vivir en un lugar en el que no hay apenas árboles y en el que la gente se interna en los páramos para nunca mas volver.

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