miércoles, 30 de noviembre de 2011

Cuelgamuros y nuestro incómodo pasado

A medio camino entre El Escorial y Guadarrama se abre una embocadura que conduce hacia un valle pequeño que recibía el nombre de Cuelgamuros, aunque hoy lo conozcamos por el de "Valle de los Caidos".

Allí, en los años mas negros de la dictadura, miles de trabajadores esclavos, en su mayoría ex-combatientes, o represaliados políticos, fueron obligados a cavar en la dura roca de granito de la zona, una gran cavidad en la que se habilitaron una basílica y un osario, y sobre ellos se colocó una gigantesca cruz.

Allí fueron a parar los restos de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, e hijo del anterior dictador, que fueron traidos desde Alicante en una solemne procesión de antorchas, a la moda nazi imperante.

Después fueron enterrados miles de restos de combatientes, en muchos casos indocumentados y en muchos otros de dificil adscripción ideológica, debido a la confusión de fronteras entre los dos bandos a lo largo del conflicto.

Finalmente allí fué enterrado Francisco Franco a su muerte.

Y allí se quedó.

Lo malo es que el monumento es visible desde la autopista y recuerda continuamente que el tirano murió en la cama y que los españoles no hemos conquistado nuestra libertad de forma noble, sino a través de componendas y cesiones.

Y lo malo es que llueve sobre mojado, porque en los mas de doscientos cincuenta años que ha durado el proceso de emancipación de las naciones occidentales, desde la revolución industrial a la caida del muro de Berlin, los españoles somos casi los únicos que no encontramos nada que celebrar.

Los americanos tienen su independencia, los franceses su revolución, los ingleses su Carta Magna. Los italianos y alemanes su reunificación. Los portugueses la revolución de los claveles. Los polacos, húngaros y demás su liberación de los soviéticos.

Todos tienen un día especial que celebrar y conmemorar.

Todos tienen algo mas o menos digno que recordar como una gesta popular.

Todos, menos nosotros, que cuando tenemos que buscar una fiesta nacional no encontramos ningún día y tenemos que irnos al descubrimiento de América o a la firma de la Costitución, que es un artilugio fruto de pactos y concesiones.

Y no es que no hayamos tenido ocasiones sangrientas en estos doscientos cincuenta años.

Es que esas ocasiones, o son derrotas, o son barbaridades, o son tergiversaciones.

El dos de Mayo es una revuelta de la alianza nobleza-populacho-iglesia contra las ideas ilustradas fatalmente unidas al ejército francés.

El catorce de Abril es la historia del fracaso de la burguesía liberal ante las hordas del populacho ahora enemigas de la iglesia y entregadas al anarquismo.

El dieciocho de Julio es de nuevo el triunfo de la España negra.

El abrazo de Vergara es otra historia de cesiones y traiciones.

Y aquí nunca han ganado los buenos.

La cruz de Cuelgamuros nos recuerda fatidicamente nuestro destino de pueblo que oscila entre el "Vivan las Caenas" hasta el "Viva Cartagena". De la Inquisición a las chekas. De Fernando VII a Zapatero.

No hay modo de cambiar el hecho de que nos quepa la "gloria" de haber contemplado la construcción de la última pirámide del mundo occidental.

La postrer obra megalomaniaca de un tirano sediento de venganza.

Podríamos volarla con dinamita, pero, ¿podríamos borrar la vergüenza de no haber sido capaces de construir un país democrático y economicamente solvente, cuando tantos si lo han hecho?

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