viernes, 24 de octubre de 2014

Aguas encenagadas

El rosario de casos de corrupción que nos aflige con monótona languidez me reafirma en una idea que creo compartirá mucha gente: la permanencia de un partido en el gobierno durante un periodo superior a los ocho años es garantía de corrupción.

No hay ética ciudadana ni personal que resista al embate de demasiado tiempo de exposición al dinero fácil y el halago de los poderosos.

Cuando las personas llegan al poder lo hacen mayoritariamente, según creo, de buena fe y con buenas intenciones.

Luego empieza el roce con los que manejan la pasta. Las comidas "para conocernos", los regalos al comienzo simbólicos y luego crecientes, la confraternización. La amistad.

Luego llegan "las oportunidades de negocio que no puedes dejar escapar". El sueño de ver a tu familia acomodada para siempre. ¿Quién se va a enterar?

Total no hay que hacer gran cosa. Solo mirar para otro lado. No mover un papel. Una firma sin importancia.

Y luego ya en la cuesta abajo, llegan los consejos. Como abrir una cuenta en lugar seguro. Como transferir dinero a través de "un amigo de confianza", y así hasta que estás pringado hasta el cuello.

Y luego están los compromisos familiares, los amigos de los amigos, y así hasta la extenuación.

El problema se da con mucha frecuencia en las autonomías y ayuntamientos, donde la alternancia en el poder es minúscula. El PP en Galicia, Castilla León, Valencia o la Comunidad de Madrid. El PSOE en Andalucía y Asturias. Convergencia en Cataluña. El PNV en Vascongadas.

Todos se eternizan en los gobiernos y en los cargos y caen en las tentaciones.

Ya he dicho muchas veces que Cataluña me parece una cleptocracia, pero es que la Comunidad de Madrid no es mucho mejor como ha demostrado el "caso Gurtell". Para que hablar de Andalucía.

Permanecer demasiado tiempo en los cargos es sencillamente mortal para la moral pública.

La alternancia es la única forma de dejar que corra el agua y no se llene de cieno.

La cuestión es que la alternancia tiene que ser posible, y a nivel autonómico no parece tarea fácil.

Las redes clientelares, lo que antaño se llamaba caciquismo, son demasiado fuertes y la sociedad civil demasiado débil como para permitir la alternancia.

Y aparecen dinastías como los Pujol, o redes de poder como las de Esperanza Aguirre en Madrid, y se convierten en tramas de poder organizado que relegan la democracia a una función meramente decorativa.

La alternancia y las instituciones de control y auditoria de la acción pública son la única esperanza que nos queda de regeneración.

Eso y que los casos de corrupción que actualmente sigue la Justicia consigan llegar a algún lado.

Si eso no sucede la desmoralización será total y duradera.

Si los Blesa, Rato, Pujol, etc. no van a la cárcel, nos vamos a hundir en las aguas cenagosas para mucho tiempo. 

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