lunes, 2 de mayo de 2011

Osama Ben Laden, el Viriato árabe

Me gustaría saber lo que se decía de Viriato por las ciudades de Lusitania y la Turdetania de hace dos mil años.

Apuesto a que no era muy diferente de lo que se ha dicho hasta hoy de Osama Ben Laden, o sea, que era un terrorista y un súcubo de Satán, que no merecía otra cosa que la muerte.

Como no creo que nadie piense que yo sea un salafista encubierto o un come-yankis desaforado, estimo necesario rendir hoy un pequeño homenaje a este hombre que ha sido capaz de tener en jaque al imperio durante diez años, y que ahora ha caído víctima, como no, de la traición de alguien que debía de estar a su lado.

Este príncipe saudí que pasó por la dulce Marbella en su juventud dorada, por la desolada Afganistan de la guerra anti-soviética, y por los escondrijos de la frontera pakistano-afgana, el célebre paso del Jiver de tantas aventuras del imperio británico, ha venido a morir en una localidad de recreo para militares retirados, ya en las tierras fértiles del Pandschab pakistaní.

Criado a los pechos de la CIA, cuando los mujaidines eran luchadores de la libertad, Ben Laden quiso continuar la lucha cuando los últimos militares soviéticos cruzaron la frontera del norte, y los hombres de las tribus de la frontera se lanzaron hacia Kabul con la cabeza llena de versículos del Coran.

Y mas allá de las montañas afganas quiso crear un nuevo califato universal, armado por las armas americanas y también por su tecnología.

Al Queda, su creación, es un ejemplo de ejército en la sombra, con todos los adelantos del conocimiento de la clandestinidad, algo de lo que le enseñaron sus amigos de Langley.

Con células independientes comunicadas por códigos secretos a través de internet y los teléfonos móviles, Osama, puso en jaque a occidente gracias al fanatismo de unos seguidores que creyeron y aun seguirán creyendo, que las humillaciones a los árabes, desde las cruzadas a la sumisión a los turcos, y desde la pérdida de Al Andalus hasta la resolución Syes-Piccot con el actual reparto del mundo árabe en estados artificiales, deben ser vengadas y que el tiempo para que la palabra de Dios sea escuchada en el mundo ha llegado.

Tuvo Osama su día de gloria aquel 11 de Setiembre en que las torres gemelas de Nueva York se colapsaron en medio de un apocalipsis de polvo gris, y su familia fue sacada de suelo norteamericano, en secreto y con toda cordialidad, por los amigos poderosos de los grandes capitostes saudíes.

Desde entonces Osama ha estado huyendo de los poderosos medios de la vigilancia electrónica, y también de las traiciones.

Seguramente nada tuvo que ver con los atentados de Madrid, Bali, o Londres, cometidos por células autónomas creadas en nombre de Ben Laden, como un nuevo Che Guevara musulmán, pero sin ayuda de este o de los suyos. (Lo que pone una interrogación sobre quienes, además de los de Al Queda, son los que escriben el guión de los crímenes que otros ejecutan, y no me estoy refiriendo a la ETA, la policía española, o todas esas gilipolleces de el diario El Mundo).

No hay una foto mágica de Osama como las que hay de Ernesto Guevara, pero ya está en las camisetas y en los posters, y pronto en el mundo árabe será un icono irresistible, un santo moderno, símbolo del heroísmo, del estoicismo y de la determinación.

Sobre Osama Ben Laden, su muerte y el lugar de los océanos en el que los americanos han arrojado su cuerpo, se van a escribir miles de historias. (Se siguen escribiendo sobre Ernesto Guevara a pesar de que ya sabemos todo sobre los que lo mataron).

Y dentro de mil años, si es que el mundo sigue existiendo, será un ejemplo que se pondrá a los niños árabes, como nosotros aprendimos de las hazañas de Viriato, y como aquel pastor lusitano se enfrentó al ejército romano y le tuvo en jaque hasta que unos traidores le entregaron. (Y que cuando fueron a cobrar dieron la oportunidad al pretor de decir la célebre frase "Roma no paga a traidores").

Hasta ahora, Osama Ben Laden era un peligroso delincuente huido.

Hoy ya es un mito.

No hay comentarios: