martes, 6 de julio de 2010

El último de los centuriones

Leyendo FTs atrasados me encuentro con un obituario inesperado y que me trae recuerdos de antiguas lecturas, e incluso de seriales de radio.

Me refiero a Marcel Bigeard, general del ejército francés y protagonista de las últimas epopeyas de los europeos en territorios lejanos: Indochina, Argelia, las independencias africanas.

Epopeyas tristes y crepusculares recogidas en una magistral trilogía escrita por Jean Larteguy, y que yo escuchaba en su versión serializada para la radio, en Radio Madrid a comienzos de los años sesenta.

Sus protagonistas, comandados por Pierre Raspeguy, (epónimo del propio Bigeard), van cayendo en una espiral de deshonor, al tiempo que luchan guerras de un nuevo tipo, en las que la información, y con ella la tortura, van suplantando al valor y a la estrategia.

Hay dos películas sobre Bigeard. La primera Lost Command, sigue los dos primeros libros de la trilogía, Los Centuriones y Los Pretorianos, y la segunda se centra en la actuación de Bigeard y sus paracaidistas en Argelia. Se llama La Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, y es una película tan realista que parece un documental.

De hecho esta película se utiliza en la formación de militares que van a Irak y a Afganistan, y la ven todos los que intentan saber por qué un ejército moderno no puede ganar a un pueblo tercermundista.

Pero yo quiero recordar a Bigeard como contrapunto a la sociedad en la que vivimos que ya no rinde culto a los héroes, como se ha hecho hasta ahora desde Salamina a la guerra de los Seis Días, y rinde culto a las víctimas, a aquellos cuyo mérito es el de haber estado en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Cada vez que veo la parafernalia de las velitas y las florecitas para rendir homenaje a alguien a quien le ha atropellado un camión, o veo rendir honores militares a soldados muertos en accidente o en una emboscada en la que no dispararon un solo tiro, me acuerdo de cuando en Europa se honraba a los que habían hecho algo heroico y activamente valeroso.

Puede que nuestro declinante mundo no sea el lugar apropiado para los Bigeard, (que sería hoy politícamente incorrecto), pero cuando veo que intentamos resolver nuestros problemas pagando a nuestros enemigos me acuerdo del final del imperio romano.

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