domingo, 26 de septiembre de 2010

A cuarenta y ocho horas de la huelga general

La huelga general es un mito de la izquierda europea.

Un país parado, calles vacías excepto para manifestaciones, comercios cerrados, silencio e ira.

Durante el franquismo era el objetivo final de toda la lucha obrera, y nunca, como es obvio, se consiguió.

Luego en la democracia y concretamente en tiempos de Felipe Gonzalez, un sindicalista honesto pero bastante poco inteligente, Nicolas Redondo de la UGT, fue convencido por los provocadores de la derecha a convocar una huelga general que tuvo bastante éxito y se cargó cualquier posibilidad de reforma laboral durante veinte años.

Y ahora los sindicalistas se han visto "obligados" a convocar la dichosa huelga, de nuevo contra un gobierno socialista, (que casualidad), para no perder el poco prestigio social que les queda.

Viendo las medidas tomadas por Doña Esperanza Aguirre, o sus provocadores edictos de servicios mínimos del 50%, ya sabemos que la huelga general va a ser en Madrid, donde los piquetes taponarán las salidas de las cocheras de la EMT y Metro, y la ciudad quedará naturalmente colapsada.

Como se va a reír Doña Esperanza.

Esta huelga es una majadería.

Los sindicatos no tienen nada que ganar. Los ciudadanos tampoco. La situación en España no se arregla con paros y algaradas.

Necesitamos unos nuevos sindicatos que sepan defender los derechos de los trabajadores desde la comprensión de los efectos de la globalidad, y desde la propuesta de alternativas al actual capitalismo desaforado.

Necesitamos pensar y no embestir.

Hoy hay dos artículos en El País que merecen la pena: el primero se refiere a un escritor recientemente fallecido, Tony Judt, que en su postrer libro "Algo va mal" reclama que los ciudadanos conscientes se vuelvan a implicar en la acción política para no dejársela a una clase política crecientemente incapaz. El segundo de Alain Touraine, que reclama que Europa se ponga las pilas para salir del estado de pesimismo y rendición que nos atenaza.

A mi me parece que la huelga y estos dos artículos hablan de lo mismo.

No podemos enfrentarnos a los inevitables cambios que nos están sucediendo con fórmulas pasadas y pensamientos caducados.

No podemos seguir adelante con líderes que solo piensan en el consenso y en el marketing.

Hay que acabar con el belenestebismo.

Hay que dar la palabra a quienes tengan algo que decir.

Y los que no tengan nada que ofrecer deben callar y marcharse.

Empezando por los sindicatos mentecatos.

2 comentarios:

Álvaro Morejón dijo...

Muy buen artículo.
Si en este país alguien tubiera dos dedos de frente, mañana estaría el ejercito protegiendo al transporte y a los que no creemos que joder a nuestras empresas solucione nada.
Últimamente oigo a mucha gente de mediana edad quejarse de que los jovenes no movemos un dedo para cambiar la situación social, para mandar a los gililelos que nos roban y gobiernan de vuelta al agujero del que han salido. No se que responder a eso.

Si yo fuera político, no tendría el apoyo de los fans de la Esteban.
Ni tendría el apoyo de los que aún no se han enterado de que la guerra civil terminó hace casi 70 años.
Y por supuesto no lo tendría de todos aquellos que se sienten comodos en una sociedad que castiga a la gente que ha llegado lejos, obligandoles a mantener a todos los vagos del país.
Y por último no lo tendría de todos esos becerros que votan ciegamente a PP o PSOE pensando que representan a algún tipo de ideología desfasada sin importarles quien está detras o que acciones van a llevar a cabo.

A mi las cuentas no me dan ni para un escaño, así que seguire jodido pagando impuestos. Sólo espero que si alguna vez llego al 43% de IRPF le cambién el nombre al PER por el mio en agradecimiento.

Antonio Cordón dijo...

Los jóvenes tenéis que comenzar a diseñar vuestro propio mundo, desde la base, ciertamente perturbadora, de que el sistema del crecimiento sin límites ha llegado a su fin.

Para nosotros los de la generación de vuestros padres, es muy mortificante el comprender que hemos ido navegando en un sistema que no podía durar eternamente, y que no hemos hecho nada por parar el tren antes de que descarrilara.

Por eso nuestras fórmulas no sirven.