lunes, 20 de septiembre de 2010

Labordeta digital

Efectivamente, nada tenía José Antonio Labordeta de digital.

Comenzó como profesor de instituto, hermano de poeta, (Miguel Labordeta), y cantante ocasional.

Eran aquellos años del final de la dictadura, muerte del general, y comienzos dubitativos de la monarquía.

Zaragoza, su ciudad, era un lugar lleno de militares, y con unos barrios del centro completamente abandonados y tristes. Una ciudad de provincias triste y atrasada, dentro de una España gris y pobre.

Entonces se le ocurrió una canción que comenzaba: "Polvo, niebla, lluvia y sooool, y donde hay agua una huertaaa...", y Labordeta se convirtió en uno de los faros del movimiento de emancipación que en aquel momento era el anhelo de muchos españoles.

Luego, pasado el momento de exaltación democrática, quedó el hombre un tanto descolocado, y hasta le hicieron cantar canciones "bailables", en aquellos penosos, en lo musical, años ochenta.

A la vejez Labordeta resucitó como una especie de "profeta" de la España rural, a la que había dedicado canciones muy sentidas glosando el abandono y la ruina de ese mundo.

Salió por televisión andando por los caminos y se convirtió en una especie de abuelo de España, lo que le valió salir elegido al Congreso por el partido de la "Chunta Aragonesista", una reunión de amigos vagamente nacionalista.

En el Congreso siguió representando el papel de abuelo cascarrabias, y como no hacía mal a nadie , todo el mundo le rendía pleitesía, con mayor o menor sinceridad.

Es lo que se aprecia hoy en las necrológicas.

Como yo conozco el mundo rural de primera mano, gracias a mis veranos con mis abuelos, nunca he sobrevalorado las virtudes del buen salvaje, y siempre he preferido la decadente burguesía ciudadana a las supuestas maravillas pueblerinas.

Pero Labordeta, que era de ciudad e ilustrado, supo cantar ese mundo de forma sincera, y en ocasiones logra emocionar.

No se si sus canciones pueden interesar a los jóvenes de la generación digital que no han conocido ni el franquismo ni el mundo rural, pero yo me quedo con su voz sonando en el páramo aragonés en aquel invierno de 1975.

Sonando en un casette.

Ni siquiera en un walkman, que entonces no había.

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