He dejado pasar un tiempo desde la última oleada de prohibicionismo tabaquero, para ver como evolucionaba el paisaje urbano y el moral del país al respecto, pero la comprensión del motivo de la magnífica serie "Boardwalk Empire", de Martin Scorsese, que no es otro que la prohibición en si misma, me anima a tocar tan interesante y a la vez desagradable tema.
No me gustan las prohibiciones.
Después de haber vivido en la España de la dictadura franquista-eclesial, con tantas prohibiciones y moralidades, no creo tener una opinión objetiva al respecto.
Las sociedades anglosajonas se precian de disponer de libertades ilimitadas solo coartadas por el propio sentido común de los ciudadanos, que renuncian a explotarlas hasta esos inexistentes límites, pero en nuestras sociedades católicas acostumbradas a la tutela moral de una iglesia omnipresente y coercitiva, oscilamos muy a menudo entre la resignación y la rebelión.
Y la respuesta a la prohibición de fumar en espacios públicos cerrados una vez mas muestra esa mezcla de comportamientos: la mayoría sale a fumar en la calle y unos pocos se rebelan y enfrentan a la autoridad.
En general y en Madrid todo se resuelve con una profusión de nuevas terrazas y estufas en altura, que sacan el tabaco desde lo privado a lo público con lo que parece que hay mas fumadores que antes de la prohibición.
Y es que toda prohibición produce extraños movimientos económicos.
En la serie de Scorsese se describe magistralmente el arranque de la prohibición del alcohol en los USA en los años veinte del pasado siglo.
Y lo que se ve es lo siguiente:
La prohibición de cualquier substancia provoca que toda la economía productiva o comercial relacionada con dicha substancia pasa de la economía formal a la economía criminal.
Como consecuencia, las controversias económicas o comerciales relacionadas pasan de dirimirse en mercados o despachos de abogados, o en último término en consejos reguladores, a dirimirse a tiros por las calles.
Todos los impuestos relacionados se convierten en humo y los flujos financieros en opacos y finalmente contaminantes para la economía regular y las instituciones financieras.
El estado tiene que crear y financiar con los impuestos de la economía legal policías especiales, organismos diversos de protección del ciudadano (que antes de la prohibición no se necesitaban).
Las mencionadas substancias, que antes de la prohibición pasaban controles de calidad y eran por tanto graduables y vigiladas, pasan a estar adulteradas y a ser peligrosas para sus consumidores.
Los malos se hacen ricos.
Algunos de los "buenos" también.
Algo que era una cuestión privada se convierte en un problema público.
Con el tabaco estamos en el umbral de la prohibición total, pero ya el contrabando hace estragos.
Y todo en nombre de la salud.
La nueva religión buenista-igualitaria tiene ahí uno de sus dogmas de fe.
Y se parece tanto a la antigua religión puritana...
miércoles, 9 de febrero de 2011
La prohibición
Publicado por Antonio Cordón a las 19:50
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Creo que la comparación que haces es algo "tramposa", porque, como tú mismo admites al final, el tabaco no está prohibido.
El gobierno debe mediar entre los fallos de la vida en sociedad, y si es necesario prohibir para que la gente deje de echar su humo venenoso en la cara de niños, embarazadas, ancianos y demás millones de personas, bienvenido sea.
La prohibición no es lo ideal, pero es que la gente tampoco lo es.
Publicar un comentario