Pasado ya el pesado e indigesto periodo navideño, del cual salimos algunos con avería propias de la edad, tenemos que asimilar la vuelta a la normalidad.
Normalidad que este año viene muy determinada por la triste situación económica, que no nos deja muchos resquicios a la esperanza. (Aunque según contaba Javier Marías ayer en el Dominical del País eso se debe a la edad también, que tiende a generar la sensación de que cualquier tiempo pasado fué mejor).
Yo, que suelo coincidir con Marías ya que no en vano somos de la misma quinta, no lo hago en esta ocasión, ya que cuando me acuerdo del franquismo, casi todo me parece mejor.
Por ejemplo, gracias a la democracia podemos saber que el presidente de la diputación provincial de Castellón, ese personaje siniestro de nombra Carlos Fabra, tiene una gigantesca estatua en el no-nato aeropuerto de Castellón. De su boca, o bocaza, sale un avión.
Cuando Franco construyó su pirámide no se podía hablar ni del tema ni de los pobres que tenían que trabajar gratis para el dictador.
Ahora podemos enterarnos que los socialistas andaluces se premiaban con jubilaciones ficticias a los amiguetes, y que los que las concedían se tomaban un respiro esnifando cocaina a costa del contribuyente.
También sabemos que el ex-presidente de la Generalitat valenciana se llevaba los trajes por la cara y que cuando salía de la tienda y pasaba por caja era para saludar con una gran sonrisa. (Es que es un hombre educado).
Sin embargo cuando Doña Carmen se paseaba por las joyerías y los joyeros la "obsequiaban" con sus mejores productos, eso solo se sabía de tapadillo.
Antes, cuando había seis millones de parados en Alemania venía Hitler y el apocalipsis, y hoy cuando hay, (según dicen), cinco millones de parados en España viene Rajoy y vuelven las misas en Colón.
Yo prefiero las misas a los campos de concentración, que quede constancia, aunque me gustan mas los paseos por el campo.
Entre medias nos cuelan otra vez la Ley Sinde para contentar a la embajada del imperio, y en esto no hemos cambiado tanto desde la bomba de Palomares. A mandar señor embajador.
O sea, que aunque nuestro organismo baqueteado de ajados baby boomers nos diga que "a nuestro parescer" cualquier tiempo pasado fué mejor, a lo mejor eso no es cierto del todo, aunque bien podría ser que cualquier tiempo por venir si que sea peor.
Estoy leyendo con gran interés el libro del profesor Josep Fontana, "Por el bien del Imperio", que es un relato de todo lo acontecido desde 1945 hasta casi la fecha de ayer, y que el insigne historiador ha tenido que preparar para tratar de entender lo que está ocurriendo.
A mi no me hace falta.
Cuando se consiente que un presidente de diputación, imputado sucesivamente por casos de corrupción, tenga una estatua en un aeropuerto, es que hemos llegado a nuestro final como civilización.
Igual que cuando Caligula nombró senador a su caballo.
lunes, 9 de enero de 2012
De bocazas y naricillas
Publicado por Antonio Cordón a las 11:01
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