Los domindos por la mañana son espacios propicios para la reflexión, y para la lectura de artículos de los que se publican en las voluminosas ediciones de fin de semana de los periódicos.
Ente mis articulistas favoritos está Moises Naim, editor de una revista de política internacional, que se edita en Washington, y autor de libros donde se analizan las corrientes subterraneas que mueven de verdad el mundo, la última vez sobre la economía criminal y los flujos de capital subsecuentes. (mnaim@elpais.es).
Hoy habla de la paradoja que se origina entre la sobreabundancia de información y la falta de conocimiento.
Y la relaciona con tres casos: el del Papa y la rehabilitación de un obispo abiertamente pro-nazi, el de Obama y sus fallidos altos cargos con trampas en hacienda, y el de los clientes de Madoff.
La información sobre el obispo, sobre los altos cargos y sobre el banquero estafador estaba disponible en Google. Los discursos del primero, las declaraciones de hacienda de los segundos, y las demandas de los clientes de tercero, eran conocidas o estaban al alcance de la curia vaticana, de los asesores de Obama, y de los inversores. Pero nadie hizo caso.
La cuestión es que todos los que leemos la reflexión de Naim comprendemos perfectamente que es lo que pasa.
Lo que sucede es que por una parte la sobreabundancia informativa nos satura y nos aburre, y lo segundo, que es mas importante, es que sencillamente preferimos no saber.
Vivir en un mundo en el que tenemos que someter a escrutinio cada movimiento que damos es insoportable. Cuestionar a cada persona que nos dirige la palabra resulta desesperante. Sentirnos en un mundo en el que no estamos seguros ni en la intimidad de nuestra casa, asusta mas que la potencial amenaza en si.
Internet es un mundo amenazador. Cada vez que abrimos el ordenador podemos ser espiados, infectados, manipulados.
Cada vez que hacemos una tele-compra nos pueden clonar la tarjeta, y tambien puede ocurrir cuando pagamos en un restaurante, o un pub.
Si inverimos en un fondo, puede que perdamos hasta la camisa, y lo mismo sucede con los planes de pensiones.
Si compramos comida envasada nos pueden estar envenenado, y si la compramos en un mercadillo mas aún.
Así que preferimos la fé. Queremos creer que los obispos no pueden ser nazis, que nuestros colaboradores no pueden ser unos tramposos, que nuestros banqueros son honrados, que cuando abrimos el ordenador no se nos va a colar un troyano, que cuando compramos en Amazon estamos hablando efectivamente con Amazon y no con la máfia, que cuando depositamos nuestro dinero en un banco no nos van a estafar.
No tenemos tiempo para comprobar todas las cosas, y además no queremos volvernos paranoicos, ni terminar viviendo en una cueva como eremitas medievales.
Pero lo cierto y descorazonador es que hay que tomar cada vez mas precauciones.
La jungla digital está llena de peligros, y la vida real llena de sinverguenzas.
domingo, 8 de febrero de 2009
Virtualidad y estado de ánimo postmoderno
Publicado por Antonio Cordón a las 12:34
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