jueves, 22 de abril de 2010

Sobre nuestra escasa capacidad de influencia

Ayer tomé parte del consejo de editorial de la revista Telos, que publica la Fundación Telefónica y anteriormente aquella fundación, igualmente de Telefónica, que se llamó Fundesco. Lleva 25 años publicándose.

El consejo está formado principalmente por académicos, o sea profesores universitarios, y también estamos un poco como de rondón, algunos representantes de la industria.

Los académicos no nos ven con muy buenos ojos a los industriales, porque piensan que podemos "desnaturalizar" la revista, que ha sido siempre muy de las ciencias de la comunicación, para llevarla a los campos de batalla de la influencia y el lobby.

A mi no me da reparo alguno no ya defender a nuestra industria de las TIC, sino efectivamente ganar un poco de capacidad de influencia en las administraciones públicas, que se caracterizan en nuestro país por proclamar cuanto les importan las tecnologías de la información, para dar toda prioridad a la industria del ladrillo y el cemento. (Y todas las ayudas).

Pero eso no quiere decir que necesariamente tengamos que convertir a Telos en portavoz de la industria.

Bastaría con que pudiésemos dedicar una parte de la revista a tratar los temas críticos de nuestro sector, aunque fuera de una forma académica.

Parece que defender que se realicen las infraestructuras de banda ancha de alta velocidad sea algo vergonzoso, cuando debería ser algo que estuviese en la agenda no solo de nuestro sector, sino de muchos otros, y en particular de la universidad.

Todos los elementos de la agenda digital son críticos para el porvenir de España como nación: las infraestructuras necesarias para integrar y vertebrar el territorio y la sociedad; la capacitación digital, necesaria para la productividad de nuestra economía y para la inclusión de las distintas clases y generaciones; la generación de servicios y contenidos, necesaria para la sostenibilidad presente y futura del sistema de vida actual; y finalmente la generación de un marco legal y de actuación seguro y fiable, necesario para el progreso y la calidad de nuestra vida.

El que haya que defender estos principios como si defendiésemos el derecho a fumar o el uso de la gasolina con plomo, me parece un signo de nuestra mediocridad como país.

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