lunes, 8 de marzo de 2010

Los derechos de autor, (en el umbral del siglo XIX)

No siempre ha existido la SGAE, y no siempre los artistas han vivido en chalets o viajado en sus jets privados.

Lo que sigue es una lamentación de un escritor de finales del XVIII, un hombre que compartió prisión en la Bastilla con el marques de Sade, y que perteneció a la chusma de escritorzuelos y gacetilleros, que intentaban sobrevivir a base de escribir sueltos y libelos en aquellos difíciles días que precedieron a la revolución francesa.

Dice así:

"Los libros tienen muchos lectores, pero no compradores. La relación es de diez a uno. Puede que alguien esté dispuesto a separarse de algunas monedas sueltas por un libro, pero diez o mas lo cogen prestado o lo roban y lo hacen circular en grupos cada vez mas extensos: de señores a lacayos, de señoras a criadas, de padres a hijos, de vecinos a vecinos, y de libreros a suscriptores en los clubes de lectura, todo a costa del autor. La situación no tiene salida a no ser que el rey publique un edicto que transforme las condiciones básicas de la literatura. Por ejemplo, podría emitir una Orden del Consejo de Estado con un largo preámbulo sobre la importancia de los autores y una serie de artículos que empezarían por los dos que siguen:

1. No podrá prestarse ningún libro, excepto dentro de la familia y, en este caso, solo hasta la línea colateral de los primos hermanos; el incumplimiento esta sujeto a multa de 500 libras a pagar al autor.

2. Los criados no pueden tomar libros prestados de sus señores; el incumplimiento está sujeto a la pena de multa equivalente al salario de un año o, si no lo desembolsara, a un castigo físico: se marcará en la oreja izquierda de los infractores las letras PDL que significan prestatario de libros, y será azotado enfrente de todas las librerías del pueblo."

Teniendo en cuenta que al autor de la ordenanza, marqués de Pelleport, lo encarcelaron por denuncia de un editor al que había entregado en texto de un libelo contra la realeza, y que el hombre se quitaba el hambre dando sablazos y robando gallinas, su encarnizamiento con el antiguo sistema parece comprensible.

Pero, ¿os imagináis a D. Eduardo Bautista con el poder de imponer sus ideas?

¡Tened cuidado con vuestras orejas!

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