Cada año el Real Madrid acude a Barcelona, no para jugar un partido de futbol, sino para servir como víctima propiciatoria en una ceremonia tribal en la que una parte sustancial de los catalanes escenifica su odio hacia lo que ellos denominan "Madrid", y que está representado por un equipo de futbol.
Desde antes de comenzar el encuentro la excitación es máxima, los cánticos tribales y las exhortaciones se vociferan, las gradas claman pidiendo entrega suprema a sus jugadores.
El griterio es ensordecedor desde el primer segundo y no cesa en ningún momento.
Si un jugador blanco comete una falta la muchedumbre brama enloquecida, y el arbitro se acojona.
Jamás pitaría un penalty.
Los jugadores azulgrana presas de excitación corren como nunca en sus vidas y celebran los goles con enormes aspavientos de celebración sacerdotal.
Los delanteros barcelonistas escenifican dolores angustiosos si caen al césped provocando expulsiones o amonestaciones sin tregua.
Y así crece una intimidación que unida al buen hacer del equipo anfitrión, acaba casi siempre en la humillación, ya que la derrota no es suficiente, del equipo visitante.
Tendido en el suelo el cadaver de la víctima, los catalanes se van a hacer la digestión de tamaña hazaña, y quedan tranquilos para una temporada.
De todo lo ocurrido me quedo con la enorme manifestación de odio, con el deseo de humillar, y con las celebraciones histéricas de jugadores, equipo técnico y público ante un quinto gol inútil, y superfluo.
Y luego dicen de tender puentes...
miércoles, 1 de diciembre de 2010
El odio
Publicado por Antonio Cordón a las 10:27
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