sábado, 4 de diciembre de 2010

España se descompone

Ayer por la noche volvía en taxi a mi casa cuando el conductor se lió en un rifirrafe con otro taxista, por alguna causa que no llegué a apreciar. Después de varios pitidos, miradas inquisitorias y amagos de volante, nuestro taxi tomó una desviación y la cosa pareció quedar ahí. Sin embargo, el taxista empezó a quejarse, más para él mismo que para nosotros, de la situación que vive el gremio, el desamor que siente por todos aquellos inmigrantes que vienen de América Latina y cogen un taxi, y lo difícil que es hacer negocio con las condiciones actuales y pagar todas sus deudas.

Esta situación no deja de ser un único reflejo de un país que se está viniendo abajo. Cuando empezó la crisis hace ya unos años parecía que sí, que nos iba a afectar, pero de una manera casi tangente, en poco más que en una subida de los precios. Al final, el día a día parecía que iba a ser el mismo.

Quizá ha tardado algo más, pero no cabe duda de que el impacto ya se está notando en la sociedad española, y de qué manera.

Hoy amanecemos con un caos aeroportuario que ha puesto en jaque a un Gobierno que no sabe cómo reaccionar. La prueba más fehaciente es que está cerca de declarar el estado de alarma, antes de que sean los propios afectados los que empiecen a tomarse la justicia por su cuenta. Previamente, se militarizó el espacio aéreo para poder aterrizar algunos vuelos transcontinentales. Cuando se recurren a medidas por la fuerza, es que no has sabido manejar la situación y sólo encuentras salida en la imposición.

Por otro lado, y después de las recientes discusiones sobre la neutralidad de la red, tenemos a El País publicando algunos de los cables de Wikileaks, informando de que el Gobierno de los Estados Unidos montó un plan para conseguir una ley antidescargas en España. Así se las gastan nuestros políticos, legislando en virtud de los deseos de la industria norteamericana. Cediendo a presiones internacionales mientras consideran que la opinión de los españoles son "factores externos degradantes". Ya puestos, que pongan al presidente de la Warner de Ministro de Cultura y ahorramos intermediarios (aunque con Sinde, poco falta para que esta ironía se haga realidad, tristemente).

Por no hablar de todo lo que se está sabiendo a Wikileaks. Y aquí podría aumentar el alcance de la descomposición al nivel mundial, haciendo hincapié en cómo la Interpol ha puesto en búsqueda y captura a Julian Assange, como si de un Robin Hood de nuestro tiempo se tratase; o cómo se está tratando de impedir el acceso y alojamiento de la propia página, presionando a empresas americanas y europeas; o cómo se está gestionando la publicación de estos cables en los periódicos, como si de fascículos de una novela se tratasen, para vender más ejemplares.

Pero volvamos a España y a nuestra particular situación. Todas estas huelgas agresivas (que, por cierto, no tienen consecuencia punitiva alguna, como se puede ver que pasó con la anterior de los controladores, las de los transportes en Madrid o la reciente general), estos sentimientos racistas, este paro al 20% (duplicando la media europea), estos suicidios, esta desconfianza masiva, este todos contra todos, es el camino que está tomando un país que necesita un reseteo urgentemente. Porque si seguimos así, los efectos venideros alcanzarán magnitudes bíblicas.

1 comentario:

El Abuelo dijo...

A mí me parece razonable que nos metamos con los gobiernos de Zapatero o, aun mejor y más justo, con Zapatero mismo, que ha cortado a los anteriores por un patrón inconfundiblemente personal y demagógicamente progre y feminista. Pero de ahí a no ver otros problemas menos conyunturales en la situación por la que atraviesa España y, con ella, otros muchos países, no sólo en crisis, sino en una más acentuada que la media por la depredadora promoción inmobiliaria de más de una década (Irlanda, Reino Unido, etc.), va un trecho que no deberíamos recorrer. Aquí hay un problema de fondo en el modelo de desarrollo, consistente en vivir de endeudamientos no sostenibles, en la especulación, en el derroche, en sentir la obligación de poseer bienes que muchos o la mayoría no deberían permitirse (ahí están los coches, que todo el mundo tiene, se tenga trabajo o no, como si fueran un bien capital e imprescindible para vivir).