Imagínate que vas por la calle y ves un grupo de gente. Te acercas y compruebas que son un conjunto de adolescentes y veinteañer@s, alrededor de una casa. La casa es azul y cuadrada, con un aspecto extraño. Tiene protuberancias por todos lados, elementos decorativos que no combinan unos con otros, muebles de diferentes colores. De repente observas como un par de chicos colocan un sofá en un rincón, se sientan e invitan a los demás a compartir asiento.
La gente que está allí alojada comparte sin ningún pudor todo tipo de información acerca de ellos. Y en voz bien alta, que todo el mundo se pueda enterar. Sin pudor alguno, sin sentirse cohibido y con una pasivo sentimiento de privacidad.
Además, las paredes de la casa están adornadas con pósters y cuadros de distintas empresas, carteles publicitarios. Mucha gente los ignora. Ni siquiera saben que están ahí. Pero alguno sí que se fijan en ellos, e incluso llegan a interesarse por lo que pone.
Ahora se acerca un señor a la casa y llama al timbre. Es bajito, con gafas y cara de no haber roto un plato en su vida. Cuando el dueño le abre y le pregunta sus inquietudes, el primero saca un fajo de billetes y propone un trato: 240 millones de dólares por 1,6% de la casa y el derecho a elegir los pósters que adornan las paredes. El dueño acepta.
La casa es Facebook. La gente, nosotros, los usuarios de la red social. El de las gafas, Microsoft.
La empresa del Windows ha decidido que ya es momento de ponerse las pilas y evitar que le sigan comiendo terreno en la Web 2.0. Y se ha fijado en las redes sociales, comprando una participación en la que más está dando que hablar estos días.
No sólo ha comprado un trozo de la casa. Ha comprado acción directa sobre un puñado importante de personas, usuarios de Facebook. Ahora maneja la publicidad dentro de la red, una porción muy apetitosa del negocio que más está creciendo: los anuncios en Internet.
El miedo me llega con los destrozos que pueda hacer Microsoft en Facebook, alterando su status quo de libertad, o llenando el portal de anuncios intrusivos. Esperemos que no sea así, que sepa gestionar la inversión y que todos salgamos beneficiados de ella.
La gente que está allí alojada comparte sin ningún pudor todo tipo de información acerca de ellos. Y en voz bien alta, que todo el mundo se pueda enterar. Sin pudor alguno, sin sentirse cohibido y con una pasivo sentimiento de privacidad.
Además, las paredes de la casa están adornadas con pósters y cuadros de distintas empresas, carteles publicitarios. Mucha gente los ignora. Ni siquiera saben que están ahí. Pero alguno sí que se fijan en ellos, e incluso llegan a interesarse por lo que pone.
Ahora se acerca un señor a la casa y llama al timbre. Es bajito, con gafas y cara de no haber roto un plato en su vida. Cuando el dueño le abre y le pregunta sus inquietudes, el primero saca un fajo de billetes y propone un trato: 240 millones de dólares por 1,6% de la casa y el derecho a elegir los pósters que adornan las paredes. El dueño acepta.
La casa es Facebook. La gente, nosotros, los usuarios de la red social. El de las gafas, Microsoft.
La empresa del Windows ha decidido que ya es momento de ponerse las pilas y evitar que le sigan comiendo terreno en la Web 2.0. Y se ha fijado en las redes sociales, comprando una participación en la que más está dando que hablar estos días.
No sólo ha comprado un trozo de la casa. Ha comprado acción directa sobre un puñado importante de personas, usuarios de Facebook. Ahora maneja la publicidad dentro de la red, una porción muy apetitosa del negocio que más está creciendo: los anuncios en Internet.
El miedo me llega con los destrozos que pueda hacer Microsoft en Facebook, alterando su status quo de libertad, o llenando el portal de anuncios intrusivos. Esperemos que no sea así, que sepa gestionar la inversión y que todos salgamos beneficiados de ella.
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