jueves, 25 de septiembre de 2014

La pervivencia de las viejas ideas

La captura del pederasta de Ciudad Lineal ha puesto de manifiesto, una vez más, que en el mundo occidental impera un entramado legal que no responde a las necesidades de la sociedad actual.

¿Cuales son esas necesidades?

Pues fundamentalmente la de vivir lo más tranquilos posibles, lo cual significa que los individuos con tendencia a romper esa tranquilidad, sea por la vía de las agresiones físicas, sea por la de las agresiones patrimoniales, o de cualquier otro tipo, sean puestos fuera de la circulación... para siempre.

Contra esta necesidad y demanda social se alza un muro, al parecer infranqueable, que es el las ideas que nuestra civilización considera "centrales", y una de ellas es la de que todo el mundo nace bueno y son las circunstancias las que lo "malean".

Como son las circunstancias, pensamos que cambiándolas también cambiará la conducta del maleado por las mismas.

Esa teoría se llama reinserción social y está en la base de nuestro sistema judicial.

De nada sirven los hechos que nos indican que en el tipo de delincuentes sexuales, las tasas de recaída son prácticamente del 100%. Si en la cárcel el detenido muestra "buena conducta", cosa por otra parte inevitable dada la falta de disparadores de su perversión en el ambiente carcelario, son puestos en libertad igual que cualquier otro preso.

Y lo mismo sucede con la mayoría de los delincuentes habituales: reinciden nada más salir aunque
hayan estado cuarenta años en la cárcel: acaba de suceder con el que se consideraba preso más antiguo de España.

La reinserción solo tiene sentido dentro de una lógica "hotelera" del sistema penitenciario: hay que dejar camas libres para los nuevos huéspedes.

Pero no tiene ningún sentido para la sociedad que no puede verse libre de individuos patológicamente inclinados al delito.

La pregunta entonces es ¿y que hacemos con ellos?

Es una cuestión grave que no puede ser respondida en los términos en que intentó hacerlo el régimen nazi alemán. Eliminación, esterilización, lobotomías, etc.

Nuestra conciencia sentimental colectiva no lo soportaría. (Individualmente muchos se alegrarían de la medida).

Pero hoy tenemos respuestas tecnológicas suficientes para tener localizados a estos individuos o para limitar su capacidad de hacer daño.

Ahora bien, no avanzaremos en esa dirección hasta que no reconozcamos públicamente, como sociedad, que nuestras ideas de igualdad en el nacimiento son erróneas.

Hay gente que nace mala y por ahora nuestro conocimiento de la neurociencia no es suficiente como para corregir sus patologías.

Llegará un momento en que se podrá hurgar en el lóbulo temporal o en el bulbo raquídeo y extirpar el deseo de violar niñas de 10 años, pero hoy hay que conformarse con mantener a esos tipos bajo control y vigilancia.

Y para eso hay que cambiar la ley.

Y para eso hay que dar carpetazo a ideas que han sostenido nuestra civilización.

Y se puede hacer.

De la misma manera que hemos cambiado de hábitos alimenticios, de la misma manera que hemos aceptado el fin de la esclavitud, o la igualdad de hombre y mujer, también se puede cambiar la noción de que "todos nacemos iguales", o que "todos somos iguales a los ojos de Dios".

No somos iguales, y algunos son demasiado malos como para dejarlos sueltos.        
 

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