Menos mal que los escoceses han demostrado tener más cabeza que gaita y han rechazado por una mayoría apreciable destruir la casa que habían estado construyendo durante los últimos trescientos años.
Con eso no quiero decir que se vaya a arreglar el tema catalán, que tiene mucho peor pronóstico que el escoces, porque aquí los nacionalistas han trabajado durante treinta años para demoler los cimientos de la unidad con la más absoluta de las impunidades y el obsceno colaboracionismo de la clase política.
Pero por lo menos es un respiro.
Si fuera posible que los políticos españoles y europeos cogiesen el toro por los cuernos y comenzasen por algo tan simple como decirnos la verdad que es que no vamos a poder seguir con este tipo de vida, sea cualquiera el partido que mande y sea cualquiera el color de la bandera que ondee en los edificios públicos.
El nacionalismo es un escapismo de la realidad, como lo son los programas del corazón a los que parece que se quiere dedicar el señor Sánchez, para decir tontunas y sandeces que es lo único que permiten los formatos de estos programas.
Vivimos un momento muy peligroso de la humanidad como lo son todos los momentos de grandes cambios.
Tenemos que aceptar la profunda transformación de la realidad que ha creado la globalización y la tecnología, y a la vez luchar porque esos cambios se lleven a cabo con equidad. No con igualitarismo sino con equidad, es decir sin consentir abusos ni establecer diferencias ofensivas.
No se puede seguir engañando a la gente con el mensaje de que no pasa nada y que ya salimos de la crisis, porque la gente que es tonta pero tiene ojos, nota que no es así cada día del año y se asusta.
Y con gente asustada es fácil que desaprensivos como los nacionalistas se hagan fuertes y destruyan las bases de una convivencia que se ha conseguido tras muchos desajustes ajustados a martillazos.
Escocia o Cataluña existen más allá de los sistemas administrativos y de donde se paguen los impuestos, de la misma manera que a nivel individual cada persona tiene que buscarse un lugar en la vida con independencia de en que país trabaja.
Los nacionalismos y los populismos nos dicen que todo se soluciona con la magia de los cambios revolucionarios, pero eso sencillamente no es verdad: esos cambios son siempre a peor o a muchísimo peor.
No hay atajos, ni hay soluciones mágicas.
Los problemas de verdad, como el del virus Ebola, solo se solucionan remangándose, (en este caso envolviéndose), y bajando a la tierra a trabajar.
Eso es lo que deberíamos haber aprendido tras 10.000 años de historia.
La lástima es que muchas veces parece que no hemos aprendido.
Esta vez ha sido al contrario.
Menos mal.
viernes, 19 de septiembre de 2014
Por fin un poco de sensatez
Publicado por Antonio Cordón a las 11:18
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